En un callejón de St Pauli, entre emporios del sexo, discotecas, tiendas de armas y prostitutas heladas, una taberna sin nombre pervive de espaldas al tiempo. Los rincones del techo babean

las mismas humedades de antaño. Sobre las paredes cuelgan, como grandes omos cansados, las mismas vistas del puerto, el Trostbrücke y las ruinas de St Nikolai. Las mismas canciones se derraman como lágrimas viejas por las comisuras de la gramola. En las mesas, dentro de los jarrones de siempre, se alzan los mismo tulipanes falsos.
Tampoco la clientela ha cambiado.
Los mismos navieros, los mismo estibadores, los mismo marineros en tierra beben weissbier, hablan de buques y capitanes, tararean estribillos ajados, rememoran tormentas, presumen de viejos amores portuarios, relatan viajes pasados, sueñan con travesías que ya nunca harán.
Rubén Abella
Las ciudades visibles