Hay instantes en los que el sol y el alma están en
vilo: en los minutos que preceden la noche en el vagón de un tren de cercanías.
Porque el sol se adormece entre los cables, como un dragón de luz que se
desangra sobre el abismo del mundo. Tal vez entonces alguien, alguien que no
esperó jamás encontrar nada aquí en la periferia, se quede boquiabierto. Luego,
después de esos momentos vacilantes, caerán el sol y el monstruo bajo la red
pesada de la noche. Pero aún tenemos otro motivo más para vivir perplejos: toda
una fiesta de luces que se cruzan, de silenciosas fábricas, de trenes
sibilantes, de campos apagados nos espera.