Federico Díaz-Granados
Regresar de los viajes
con la urgencia de quien ha conocido
la única moneda de la muerte,
contemplar los libros regados en el piso,
rastrear y limpiar los discos y los afiches de antiguos festivales.
Sacudir los muebles
y saludar de mala gana a los vecinos que no nos han extrañado,
abrir la revista que quedó inconclusa en la mesa de la noche
y saber que otro amor la magulló.
Regresar de los viajes
y acomodar los souvenirs y las postales en un lugar
que no ha sido preparado para ellos.
Reacomodarse y organizar la pobreza otra vez en las gavetas,
aprender de las mudanzas del amor siempre de afán,
el no alcanzar a colgar un cuadro
cuando nuevamente el camión de los trasteos
nos llevaba hacia otro asombro.
Se ha cambiado tantas veces de casa, de gustos, y de vida
que ya se aprende a respetar a los viejos inquilinos.
Ante el cansancio hacerse un lugar entre la gente,
saber que se estorba, que solo ebrio se cabe entre los amigos.
La vida cierra las persianas al regreso de cada viaje
y no se encuentra uno con su cuerpo,
acostarse a contar las nuevas cicatrices,
desayunar al día siguiente con la nostalgia de los rostros dejados
y en soledad saber que uno es algo incompleto a la deriva,
una larga temporada baja a la que siempre se retorna.
Federico Díaz-Granados
Hospedaje de Paso