Felipe Benítez Reyes
Allí estaban los mares, en azules cautivos;
las estepas, el viento entre los montes, los jardines
que extenúa el invierno. Allí estaban los ríos,
los polos metafísicos. El mundo entre unos límites.
Allí estaban marcados con colores vivaces
los países remotos y el lugar que era el tuyo.
Los grandes lagos eran una mota en el aire,
las ciudades soberbias cabían en un punto.
... Lluvia tras el cristal.
En cuadernos cuidados
copiabas esos nombres que eran su propio eco:
regiones que sonaban a reino imaginario,
ínsulas que sabían en la boca a secreto.
La infancia viaja siempre por sus mares inmóviles
a ciudades que tienen las luces apagadas.
(El Sur hecho desierto, y tan nevado el Norte,
y allá lejos los oros sobre el oro de Asia...)
Aprenderte sus nombres, y pensar cómo era
aquel mundo infinito trazado en miniatura,
como se guarda el tiempo en un reloj de arena.
Y saber que algún día la vida sería tuya.
Y ese firme soñar.
Felipe Benítez Reyes
Las Identidades