Más de geografría

Josefa Parra
Te buscaré en los mapas,
lentamente palpando las líneas divisorias,
sorteando montañas y estaciones,
descifrando el azul del mar y de los ríos,
lentamente acechando
un nombre que te diga y me alimente,
un resquicio de luz hecha palabra,
ciudad, pueblo, accidente, tal vez tierra.
Volviendo del revés la geografía,
te buscaré, por entre los dibujos
y los signos pintados, lentamente,
sin tregua, sin remedio,
lentamente en los atlas,
sin fe, sin esperanza.
Josefa Parra
Alcoba del agua

Dos ciudades

Josefa Parra
Contemplo las estrellas de una ciudad extraña,
mientras que tú, extranjero de otra ciudad, muy lejos,
con la misma sorpresa las estás observando.
La tierra es diferente pero el cielo es idéntico.
El baile de planetas se repite en tus ojos
como en los míos. Marte es señor de los nocturnos
y las estrellas últimas fugaces del verano
no han faltado a la cita con tu ausencia y mi angustia.
Pronuncio las palabras que dicen de tus manos,
de tu amor infinito, de alguno de tus gestos,
para que esta ciudad que no sabe que existes
repita entre sus ecos tu nombre ya prohibido.

Josefa Parra
La hora azul

Zahara, nocturno

Josefa Parra

Las sombrillas azules recogidas, el viento,
el final de un amor, una luna tan fría
y el olor de este agosto que se pudre despacio.
Hojas de un almanaque vencido y el silencio.
Ni siquiera palabras para el adiós. La vida
se detiene un momento, pero es un espejismo:
el tiempo únicamente de mirar a la playa,
las sombrillas azules recogidas, el viento...


Josefa Parra
La hora azul

Amada Regina

Joan Margarit

En todas las ciudades buscó siempre
un hotel que llevara el nombre de ella.
El Regina de Roma y su fachada
severa y gris, fascista, de granito.
El Regina de Londres, frente a un parque
tristísimo al crepúsculo. El Regina
con las piedras negruzcas de Bruselas.
El cálido Regina de París,
junto al «quai» solitario de barcazas.
El Regina y su zócalo de moho
lamido por las aguas oscuras de Venecia.
Y cuando ella murió, y él no viajaba ya,
el último Regina, en el bullicio
del centro, en Barcelona,
le acogió con sus gélidos espejos
y con su delicada marquesina
de hierro y de cristal en la calle Bergara.
Regina amada, hoteles y mujer:
algunos negros bultos en la noche,
la caldera encendida y los neones
de tu nombre, violentos de tanta soledad.
Ciudades que están llenas de imprevistos
hitos de amor.
Joan Margarit
Poesía amorosa completa

Aquel puerto del norte

Rafael Guillén

Te esperaré bajo el abrazo helado
de la lluvia en el ártico, vagando
por el puerto de Bodo y sus perdidos
malecones de niebla.
Te esperaré, ya fuera
de las redes del tiempo, revistando
las barcos, que alinean
su desacompasado cabeceo
frente a los muelles; recontando torpe
y soñador sus oscilantes mástiles
acosados por agrios
enjambres de gaviotas.
Afuera, el mar noruego
endurece los rizos de su espuma,
y hay un fragor de témpanos que inician
la travesía del invierno.
Cerca, unas islas brindan el abrigo
de sus pequeñas calas y, en las casas
de madera, los pescadores viejos
sahúman su nostalgia junto a fuego.

Te esperaré buscando no el silencio
com presagios aquél, ni aquel pausado
trajín en las cubiertas;
no aquella tarde fría, ni los rústicos
bancos y mesas de madera al lado
de los amarres, no , sino la parte
más tibia y transparente
de ti y de mi que se quedó varada,
ya para siempre, en unaçde aquellas mesas empapadas, mientras
el diario trasbordador partía a su tarea de ir pacientemente
hilvanando las islas.

Un polar viento con cristales hinca
sus finos dientes en los atezados
rostros de los traineros
que preparan sus artes. A lo lejos,
caen telones oscuros. Una vaga
claridad vanamente
resiste todavía, acorralada.

Su alguana bez te falto, no me busques
en el rincón de siempre, entre los libros
y los besos de siempre, en lo que, en vida,
fue más firme y cálido.
Te espero en aquel puerto, entre sus brumas,
mirando cómo enfilan la bocana,
bamboleantes, los pesqueros. Viendo
hundirse lentamente
el mar en una noche sin salida.

Rafael Guillén
Los estados transparentes

Ser un instante

Rafael Guillén

La certidumbre llega como un deslumbramiento.
Se vive por instantes de luz. O de tiniebla.
Lo demás son las horas, los telones de fondo,
el gris para el cansancio. Lo demás es la nada.

Es un momento. El cuerpo se deshabita y deja
de ser la transparencia con que se ve a sí mismo.
Se incorpora a las cosas; se hace material ajena
y podemos sentirlo desde un lugar remoto.

Yo recuerdo un instante en que París caía
sobre mí con el peso de una estrella apagada.
Recuerdo aquella lluvia total. París es triste.
Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo.

Vivir es detenerse con el pie levantado,
es perder un peldaño, es ganar un segundo.
Cuando se mira un río pasar, no se ve el agua.
Vivir es ver el agua; detener su relieve.

Mi vagar se acodaba sobre el pretil de hierro
del Pont des Arts. De súbito, centelleó la vida.
Sobre el Sena llovía y el agua, acribillada,
se hizo piedra, ceniza de endurecida lava.

Nada altera su orden. Es tan sólo un latido
del ser que, por sorpresa, llega a ser perceptible.
Y se siente por dentro lo compacto del hierro,
y somos la mirada misma que nos traspasa.

La lucidez elige momentos imprevistos.
Como cuando en la sala de proyección, un fallo
interrrumpe la acción, deja una foto fija.
Al pronto el ritmo sigue. Y sigue el hundimiento.

La pesada silueta del Louvre no se cuadraba
en el espacio. Estaba instalada en alguna
parte de mí, era un trozo de esa total conciencia
que hendía con su rayo la certeza absoluta.

Ser un instante. Verse inmerso entre otras cosas
que son. Después no hay nada. Después el universo
prosigue en el vacío su muerte giratoria.
Pero por un momento se detiene, viviendo.

Recuerdo que llovía sobre París. Los árboles
también eran eternos a la orilla. Al segundo,
las aguas reanudaron su curso y yo, de nuevo,
las miraba, sin verlas, perderse bajo el puente.

Rafael Guillén
Límites

Ciao Roma: "La grande bellezza" - Sigla finale

Kronos Quartet

The Beautitudes, Kronos Quatet
créditos finales de La Grande Bellezza, dir. Paolo Sorrentino

Autumn in Rome

Betty Page

Patti Page sings 'Autumn in Rome', 
from the film Indiscretion of an American Wife (1953), 
directed by Vittorio De Sica.


Autumn in Rome
My heart remembers fountains where children played 
Gardens where dreams were made

Autumn in Rome
Memories like embers glow 
When I seem to hear, “Arrivederci, dear.”

Walks beneath the pines that grace the golden sky
Stopping now and then to share a lover's sigh, you and I
Let winter come
All my Decembers I'll spend just dreaming of the way we fell in love 
One lovely Autumn in Rome

Walks beneath the pines that grace the golden sky
Stopping now and then to share a lover's sigh, you and I
Let winter come
All my Decembers I'll spend just dreaming of the way we fell in love 
One lovely Autumn in Rome

To whisper 'I love you'.

Ubi bene ibi patria

José Manuel Caballero Bonald

En San Pietro in Montoria las palomas
no vuelan, no se arrullan, permanecen
al borde del talud, entre las frondas polvorientas,
remisas y taimadas
como la historia escrita por sus protagonistas,
y allá lejos,
                     al fondo del Trastevere,
por la brumosas aulas del crepúsculo,
los muros ocres, malvas, imprecisos
de la ciudad relucen entre cultos tesoros
y magnánimas cláusula de un tiempo
que nos defiende
del ominoso asedio de los bárbaros.

En el mismo talud,
cerca ya del Templete donde anidan
los años sin vivir y las palomas,
comprendí que ya nunca me iría propiamente
porque ésa fue mi patria algunas noches.

(Marco Pacuvio)

J.M. Caballero Bonald

Lo que dejé por ti

Rafael Alberti

© Martha Wakeman. Early Morning Walk in Trastevere
Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de mi vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río, 
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío,
dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.

Rafael Alberti