Jesús Ferrero
- Hace diez años - comentó Lucrecia -, la noche tenía ya este mismo espesor de selva de hormingón, y al fondo de todos los encuentros y desencuentros, los amores y desamores, se oían los mismos tambores contumaces: ese ritmo del corazón del que hablamos y que nos persigue desde la infancia...
- Sí, hace diez años la noche estaba ya desgarrada.
- Claro que lo estaba, aquí y en toda Europa, sólo que aquí, en Berlín, ese desgarrón no se sentía ni se siente como una absoluta pesadilla, quizá porque en Berlín es otro el estilo de vivir y otro el estilo de compartir ese mórbido calor que depara la derrota - me dijo con una voz roca y suave, y de pronto sonrió como sonríen las chicas en la noche de Berlín.
Le miré a los ojos y tuve la impresión de que decía la verdad. Un calor especial se sentía allí.
El arte podía ocultar el aquí y escamotear el ahora, pensé, pero allí, en ese instante, el arte no ocultaba nada porque era en sí mismo la vida: una mirada vaga o explícita, una sonrisa tal vez extraña, una copa que estalla junto a la chica de medias rojas, una copa que estalla en la memoria y nos obliga a mirarnos de otra forma bajo las luces del bar. Una bomba que cayó, que cae, que caerá, y esa sensanción que comunican a veces los berlineses de que todo está perdido, o se perdió, o se perderá, y esa pérfida calidad que da a las sonrisas la quiebra continua de la verdad.
Todo en Berlín es algo más que derrota.
- Sí, hace diez años la noche estaba ya desgarrada.
- Claro que lo estaba, aquí y en toda Europa, sólo que aquí, en Berlín, ese desgarrón no se sentía ni se siente como una absoluta pesadilla, quizá porque en Berlín es otro el estilo de vivir y otro el estilo de compartir ese mórbido calor que depara la derrota - me dijo con una voz roca y suave, y de pronto sonrió como sonríen las chicas en la noche de Berlín.
Le miré a los ojos y tuve la impresión de que decía la verdad. Un calor especial se sentía allí.
El arte podía ocultar el aquí y escamotear el ahora, pensé, pero allí, en ese instante, el arte no ocultaba nada porque era en sí mismo la vida: una mirada vaga o explícita, una sonrisa tal vez extraña, una copa que estalla junto a la chica de medias rojas, una copa que estalla en la memoria y nos obliga a mirarnos de otra forma bajo las luces del bar. Una bomba que cayó, que cae, que caerá, y esa sensanción que comunican a veces los berlineses de que todo está perdido, o se perdió, o se perderá, y esa pérfida calidad que da a las sonrisas la quiebra continua de la verdad.
Todo en Berlín es algo más que derrota.
Jesús Ferrero
Lucrecia Temple. Encuentro en Berlín
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