Las Ciudades y los Ojos. 4 - Fílides


Italo Calvino

Al llegar a Fílides, te complaces en observar cuántos puentes distintos uno del otro atraviesan los canales: convexos, cubiertos, sobre pilastras, sobre barcas, colgantes, con parapetos calados; cuántas variedades de ventanas se asoman a las calles: en ajimez, moriscas, lanceoladas, ojivales, coronadas por lunetas o por rosetones; cuántas especies de pavimentos cubren el suelo: cantos rodados, lastrones, grava, baldosas blancas y azules. En cada uno de sus puntos la ciudad ofrece sorpresas a la vista: una mata de alcaparras que asoma por los muros de la fortaleza, las estatuas de tres reinas sobre una ménsula, una cúpula en forma de cebolla con tres cebollitas enhebradas en la aguja. “Feliz el que tiene todos los días a Fílides delante de los ojos y no termina nunca de ver las cosas que contiene”, exclamas, con la pesadumbre de tener que dejar la ciudad después de haberla sólo rozado con la mirada. Te ocurre a veces que te detienes en Fílides y pasas allí el resto de tus días. Pronto la ciudad se decolora ante tus ojos, se borran los rosetones, las estatuas sobre las ménsulas, las cúpulas. Como todos los habitantes de Fílides, sigues líneas en zigzag de una calle a la otra, distingues zonas de sol y zonas de sombra, aquí una puerta, allá una escalera, un banco donde puedes apoyar el cesto, una cuneta donde el pie tropieza si no te fijas. Todo el resto de la ciudad es invisible. Fílides es un espacio donde se trazan recorridos entre puntos suspendidos en el vacío, el camino más corto para llegar a la tienda de aquel comerciante evitando la ventanilla de aquel acreedor. Tus pasos persiguen no lo que se encuentra fuera de los ojos sino adentro, sepulto y borrado: si entre dos soportales uno sigue pareciéndote más alegre es porque por el pasaba hace treinta años una muchacha de anchas mangas bordadas, o bien sólo porque recibe la luz a cierta hora, como aquel soportal que ya no recuerdas dónde estaba. Millones de ojos se alzan hasta ventanas puentes alcaparras y es como si recorrieran una página en blanco. Muchas son las ciudades como Fílides que se sustraen a las miradas, salvo si las atrapas por sorpresa.


Italo Calvino

Las ciudades invisibles

Las Ciudades y el Cielo. 3 - Tecla


Italo Calvino

El que llega a Tecla poco ve de la ciudad, detrás de las cercas de tablas, los abrigos de arpillera, los andamios, las armazones metálicas, los puentes de madera colgados de cables o sostenidos por caballetes, las escalas de cuerda, los esqueletos de alambre. A la pregunta: —¿por qué la construcción de Tecla se hace tan larga?— los habitantes, sin dejar de levantar cubos, de bajar plomadas, de mover de arriba abajo largos pinceles: —Para que no empiece la destrucción —responden. E interrogados sobre si temen que apenas quitados los andamios la ciudad empiece a resquebrajarse y hacerse pedazos, añaden con prisa, en voz baja: —No sólo la ciudad.
Si, insatisfecho con la respuesta, alguno apoya el ojo en la rendija de una empalizada, ve grúas que suben otras grúas, armazones que cubren otras armazones, vigas que apuntalan otras vigas.
—¿Que sentido tiene este construir?—pregunta—. ¿Cuál es el fin de una ciudad en construcción sino una ciudad? ¿Dónde está el plano que siguen, el proyecto?
—Te lo mostraremos apenas termine la jornada; ahora no podemos interrumpir —responden.
El trabajo cesa al atardecer. Cae la noche sobre la obra en construcción. Es una noche estrellada.
—Éste es el proyecto— dicen.


Italo Calvino

Las ciudades invisibles

Las Ciudades Sutiles 1 - Diomira


Italo Calvino

Se supone que Isaura, ciudad de los mil pozos, surge sobre un profundo lago subterráneo. Dondequiera que los habitantes, excavando en la tierra largos agujeros verticales, han conseguido sacar agua, hasta allí y no más lejos se ha extendido la ciudad: su perímetro verdeante repite el de las orillas oscuras del lago sepulto, un paisaje invisible condiciona el visible, todo lo que se mueve al sol es impelido por la ola que bate encerrada bajo el cielo calcáreo de la roca. En consecuencia, religiones de dos especies se dan en Isaura. Los dioses de la ciudad, según algunos, habitan en las profundidades, en el lago negro que alimenta las venas subterráneas. Según otros, los dioses habitan en los cubos que suben colgados de la cuerda cuando aparecen fuera del brocal de los pozos, en las roldanas que giran, en los cabrestantes de las norias, en las palancas de las bombas, en las palas de los molinos de viento que suben el agua de las perforaciones, en los andamiajes de tela metálica que encauzan el enroscarse de las sondas, en los tanques posados en zancos sobre los techos, en los arcos delgados de los acueductos, en todas las columnas de agua, las tuberías verticales, los sifones, los rebosaderos, subiendo hasta las veletas que coronan las aéreas estructuras de Isaura, ciudad que se vuelve toda hacia lo alto.


Italo Calvino

Las ciudades invisibles

Sahara

Les Très Bien Ensemble


Hier je suis arrivée de nuit au Sahara
Je veux y rester pour toujours
Tout près de l’Algérie
Je cesserai d’avoir ou de ne pas avoir
Luciole de l’Occident
C’est l’inmensité
Tu vois…je me suis rendue compte finallement
De nuit tu dois venir ici, en te connectant
Tu vois, je me suis rendue compte aujourd’hui
On m’a dessiné une fable ici
En me connectant
Quelle chaleur!
Une gorgée seulement un jour de soleil
Tout pourrait être pire et maintenant je le comprends…
Tu vois…je me suis rendu compte finallement
De nuit tu dois venir ici, en te connectant
Tu vois, je me suis rendue compte aujourd’hui
On m’a dessiné une fable ici
En me connectant
Les Très Bien Ensemble

Las Ciudades y la Memoria. 2 - Isidora

Italo Calvino

Al hombre que cabalga largamente por tierras agrestes le asalta el deseo de una ciudad. Finalmente llega a Isidora, ciudad donde los palacios tienen escaleras de caracol incrustadas de caracolas marinas, donde se fabrican con todas las reglas del arte catalejos y violines, donde cuando el forastero está indeciso entre dos mujeres siempre encuentra una tercera, donde las peleas de gallos degeneran en riñas sangrientas entre los que apuestan. En todas estas cosas pensaba el hombre cuando deseaba una ciudad. Isidora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una diferencia. La ciudad soñada lo contenía joven; a Isidora llega a edad avanzada. En la plaza hay un murete desde donde los viejos miran pasar a la juventud: el hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos ya son recuerdos.


Italo Calvino

Las ciudades invisibles

Cowan City - Amonit - Landing City














Cowan CityAmonitLanding city

Jacek Yerka

Puertos

Juan José Téllez
Viejos muelles de Bristol, oíd mi corazón amotinado.

Ojos como antorchas incendiando la noche
bajaban por el glaciar callejero de Hong Kong.

Hay un paquebote anclado en la húmeda calma
de Rotterdam, sin carga ni piloto.

Pero en la taberna de Recibe probé tus ojos
poblados como un galeón hundido para siempre
cuando buscaba la ruta de Cartagena de Indias.

Morena de La Habana, sentí fiebre en Charleston.

Zarpé de Vladivostok y derivé a Corea,
cautivo y a tu pairo como un delfín arponeado.

Al sur del cabo Stad, un buque bordeaba los fiordos:
larga noche del Báltico, rubias de Copenhague.

Reparábamos en Bilbao, bajo la lluvia en la ría:
hombros tatuados con muchachas y lugares,
pero yo no recordaba de donde procedíamos.

Viento de Rodas y olas de Samarinda.

Compré un pasaporte falso al hampa de Brisbane
cuando navegaba al mando de un turco tuerto.

Robé en Valparaíso su diadema dorada
a una millonaria que no la echó de menos.

Te besé en Asmara y te olvidé en Bombay,
oscura cortesana de Malabo,
con los brazos comidos por las hormigas.
Juan José Téllez
Trasatlántico