Brujas

Carmelo Sánchez Muros

Corre veloz el tren por el plano paisaje: Llueve despacio y algún furtivo rayo deja escapar el sol iluminando, fugazamente, la torre que ha de guiar mis pasos, por las estrechas calles, hasta alcanzar el corazón concreto de la hechizada urge. Y entro en la ciudad. Me recibe el espejo estático del lago, donde los cisnes lánguidos deslizan su prumaje albo sobre las aguas, que expanden círculos, cuando la lluvia la superficie alera. Crecen los sauces sobre la alfombra verde de los musgos, como desmelenadas doncellas de leyenda.

Cae el manso aguacero sobre el verdín de aquellos edificios que alzan sus frontales triangulares, e invierten su reflejo en el obscuro verde de los adormecidos canales interiores, por donde se aventura alguna barca cargada de turistas. Llueve sobre las plazas animadas y en las terrazas de los cafés, abiertos a la luz difusa de la tarde. Suenan las camapanadas de las horas que marca el alto carillón. Luueve, sin tregua sobre Flandes.

Carmelo Sánchez Muros

Memorias de Siete Leguas

Demétere

Paloma Orozco
Demétere es la tierra del crepúsculo.
Para llegar allí has de abandonar el deseo de otras ciudades, porque sólo cuando sueñes con Demétere podrás arribar a Demétere.
Los forasteros que se adentran en el oscuro territorio no se dejan confundir por las montañas tranquilas y los frescos arroyos, de los que beben para olvidar.
Pronto todo eso cede paso a una tierra de ardiente entraña, donde volcanes de mineral oscuro abren sus fauces de cráteres en el mar de lava de Demétere.
En esta comarca salvaje siempre se espera al barquero que cruza al otro lado. Demétere, la tierra del crepúsculo, siempre contiene a Demétere, la tierra donde se espera.
En la orilla del océano de lava se forman hileras interminables de peregrinos que buscan respuesta a la pregunta: ¿cuál sera mi destino?
Saben que su sino está escrito en letras de otro en algún oscuro tomo de la gran biblioteca de la ciuda de Demétere.
Pasará mucho tiempo hasta que el barquero te lleve en su barca al otro lado, porque muchos son los que aguardan en el páramo de soledad mineral.
A veces, para hacer más soportable la espera, alguien se entretiene descifrando las palabras que escriben las estrellas en el cielo.
Pero las estrellas terminan marchitándose y las hogueras de su luz se extinguen antes de que llegue tu turno para cruzar, porque la cadena de la espera nunca acaba.
Un día, sin darte cuenta, alguien pronuncia tu nombre, y aunque hay otros que se llaman como tú, de algún modo sabes que ese nombre es el tuyo.
Y te sientas en la proa de la barca luminosa, donde tus ojos refulgen como ascuas, y antes de que te des cuenta estás en la gran biblioteca.
Cuando el barquero se aleja y miras atrás, sólo tienes recuerdo de estrellas y vértigo de cráteres.
Y entras despacio en la gran biblioteca que tiene forma de zigurat, y una voz te dice que escojas un libro, y cuando lo haces y lo abres preparas en que las páginas están en blanco:
«Escribe ahí tu historia», te dice una voz.
Entonces te acuerdas de todo y sabes que ha dejado algo atrás, algo que es tu vida; acomodas el tomo sobre tus rodillas y empiezas a escribir sin pluma en el libro virgen: nacimiento, página uno; vida, página treinta; última página, muerte.
Aún no sabes que aquellas cuartillas son la llave de tu destino, que tu obra escrita te llevará a conocer una de las dos ciudades: Sulmina, la ciudad de la luz, o Hécate, la ciudad de la sombra.
Eres tú miso quien decide a qué ciudad dirigirás tus pasos.
Todo depende de lo que cuentes, de cómo lo cuentes y de si has aprendido del viaje de la vida qu ésta no termina después de la muerte.

Paloma Orozco Amorós

Memento mori