Ana Isabel Conejo
La ignorancia del niño tiene el color del azafrán... La sabiduría del monje es amarilla.

Un viento helado azota nuestros rostros. De las montañas llegan silencios sonoros como bronce. ¡Qué poco duelen las heridas del frío! Puedes perder los dedos y seguir sonriendo.
Es dulce esta pobreza de la altura. Vamos descalzos, con grandes toldos de oro que nos cubren, sosteniendo en las manos nuestro cuenco de barro para solicitar la blanca limosna del arro
z.
Hemos oído hablar de los templos del sur, del mármol deslumbrante de las cúpulas de Agra... No deseamos verlo. Nuestro templo es más alto y existe desde siempre: piedra y nieve, imposible igualar su blancura... Nos gusta ser pequeños; envejecer; morirnos. Renacer convertidos en hormiga o en hierba.

Un viento helado azota nuestros rostros. De las montañas llegan silencios sonoros como bronce. ¡Qué poco duelen las heridas del frío! Puedes perder los dedos y seguir sonriendo.
Es dulce esta pobreza de la altura. Vamos descalzos, con grandes toldos de oro que nos cubren, sosteniendo en las manos nuestro cuenco de barro para solicitar la blanca limosna del arro

Hemos oído hablar de los templos del sur, del mármol deslumbrante de las cúpulas de Agra... No deseamos verlo. Nuestro templo es más alto y existe desde siempre: piedra y nieve, imposible igualar su blancura... Nos gusta ser pequeños; envejecer; morirnos. Renacer convertidos en hormiga o en hierba.
Ana Isabel Conejo
Atlas