Ana Isabel Conejo
Alguien, en un escrito hallado cerca del valle de las tumbas, leyó la angustia del pintor de signos: "Podrías traerme un poco de miel para mis ojos, y también algo de ocre. Tengo hinchados los párpados de trabajar con ellos la tiniebla, de buscar en la bóvedas el rumbo de la barca del Sol. ¡Ya no veo! ¡El humo de las lámparas me ha cegado la vista!"

La ciudad es un bosque de papiros de piedra en la otra orilla. Aquí reina el silencio de la muerte. ¿Qué se dice a sí mismo cada día el que en su corazón está lejos de Tebas? Se pasa la jornada soñando con su nombre. El pan que allí se come es más sabrosos que los pasteles hechos de grosura de ganso. El agua es dulce como miel y uno puede beber hasta la hartura.
Años... El mensajero se adentra en el desierto después de encomendar sus bienes a sus hijos; siempre anda temeroso de las gentes de Oriente, de los leones rojos que de noche bajan en busca de los abrevaderos. Sea su casa de lona o de ladrillos, su vida no es alegre. Sólo el escriba vive seguro, pues no habrán de perderse sus esfuerzos cuando deba ausentarse de la vida.
No se alzarán para él grandes pirámides coronadas de bronce ni funerarias lápidas de hierro. No dejará tras él hijos capaces de ensalzar su nombre, pero su herencia de palabras escritas es semejante a las estrellas, que guían como puntos de plata al navegante, al hombre que busca su camino.
Entonces, llorad por nosotros. Fuimos nosotros quienes os entregamos una senda de óxido rojo y lapislázuli para que no se perdieran vuestras almas. Pensadlo. De los reyes quedan cuerpos resecos, momias de carne oscura pegada al hueso, dientes aterradores, cráneos calvos bajo las sonrientes máscaras de oro macizo. Nosotros os dejamos el mapa de la noche para que nunca tengáis miedo. Os dejamos las altas columnas de Luxor.

La ciudad es un bosque de papiros de piedra en la otra orilla. Aquí reina el silencio de la muerte. ¿Qué se dice a sí mismo cada día el que en su corazón está lejos de Tebas? Se pasa la jornada soñando con su nombre. El pan que allí se come es más sabrosos que los pasteles hechos de grosura de ganso. El agua es dulce como miel y uno puede beber hasta la hartura.
Años... El mensajero se adentra en el desierto después de encomendar sus bienes a sus hijos; siempre anda temeroso de las gentes de Oriente, de los leones rojos que de noche bajan en busca de los abrevaderos. Sea su casa de lona o de ladrillos, su vida no es alegre. Sólo el escriba vive seguro, pues no habrán de perderse sus esfuerzos cuando deba ausentarse de la vida.
No se alzarán para él grandes pirámides coronadas de bronce ni funerarias lápidas de hierro. No dejará tras él hijos capaces de ensalzar su nombre, pero su herencia de palabras escritas es semejante a las estrellas, que guían como puntos de plata al navegante, al hombre que busca su camino.
Entonces, llorad por nosotros. Fuimos nosotros quienes os entregamos una senda de óxido rojo y lapislázuli para que no se perdieran vuestras almas. Pensadlo. De los reyes quedan cuerpos resecos, momias de carne oscura pegada al hueso, dientes aterradores, cráneos calvos bajo las sonrientes máscaras de oro macizo. Nosotros os dejamos el mapa de la noche para que nunca tengáis miedo. Os dejamos las altas columnas de Luxor.
Ana Isabel Conejo
Atlas
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