Cinco elegías para un siglo (iv)

Fernando Valverde
Medianoche en Moscú
pero Osip Maldelshtam no tiene prisa.
Pasea por las calles y por los bulevares
agarrado del traje por un recuerdo escaso.
Piensa en cómo es su época, en el tercio de un siglo
que anunciaba un pronóstico de rabia.
Qué áspero es el tiempo, sin embargo
hoy me gusta agarrarlo por la cola.
Después regresa a casa y siente frío:
El aire puede ser oscuro como el agua.

Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

Cinco elegías para un siglo (iii)

Fernando Valverde

31 de agosto
de mil novecientos cuarenta y uno.
Marina Tsvietaieva mira al suelo
después de la tristeza y las humillaciones,
escribe a tres amigos, entre ellos Nikoài:

- Y a mí discúlpeme, no pude más.

Después en Elabuga canta un mirlo
que ha aprendido a volar.


Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

Cinco elegías para un siglo (ii)

Fernando Valverde
Rara vez amanece en Sarajevo
las noches son tan largas como el frío,
tan largo es el dolor como las noches.
Es un día muy nuevo
de mil novecientos noventa y tres,
Izet Sarajlie piensa en los tranvías,
en Roma y en París,
en Mikica que duerme después de treinta horas
lloviendo las granadas.
Entonces siente lástima y recuerda
que un día fue posible levantarse temprano
y coger margaritas con la mujer que aún ama.

Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

Cinco elegías para un siglo (i)

Fernando Valverde
En Praga son las tres de la mañana
de una noche de otoño
de mil novecientos setenta y cuatro.
Jaroslav Seifert busca
un paisaje que pueda sostenerse
dentro de algún poema,
empieza a sentir frío cuando piensa:
Esta ciudad es mía
o al menos a mí me decidió el destino.
Después regresa a casa, despreocupado y solo,
ya no hay rincón oscuro donde arrugar pasiones.
Todo quedó en silencio.

Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

Afghanistan


Fazal Sheikh (fotógrafo)








La muerte del Capitán Cook

Álvaro Mutis
Cuando le preguntaron cómo era Grecia, habló de una larga fila de casas de salud levantadas a orillas de un mar cuyas aguas emponzoñadas llegaban hasta las angostas playas de agudos guijarros, en olas lentas como el aceite.
Cuando le preguntaron cómo era Francia, recordó un breve pasillo entre dos oficinas públicas en donde unos guardias tiñosos registraban a una mujer que sonreía avergonzada, mientras del patio subía un chapoteo de cables en el agua.
Cuando le preguntaron cómo era Roma, descubrió una fresca cicatriz en la ingle que dijo ser de una herida recibida al intentar romper los cristales de un tranvía abandonado en las afueras y en el cual unas mujeres enbasamaban a sus muertos.
Cuando le preguntaron si había visto el desierto, explicó con detalle las costumbres eróticas y el calendario migratorio de los insectos que anidan en las porosidades de los mármoles comidos por el salitre de las radas y gastados por el manoseo de los comerciantes del litoral.
Cuando le preguntaron cómo era Bélgica, estableció la relación entre el debilitamiento del deseo ante una mujer desnuda que, tendida de espaldas, sonríe torpemente y la oxidación intermitente y progresiva de ciertas armas de fuego.
Cuando le preguntaron por un puerto del Estrecho, mostró el ojo disecado de un ave de rapiña dentro del caul danzaban las sombras del canto.
Cuando le preguntaron hasta dónde había ido, respondió que un carguero lo había dejado en Valparaíso para cuidar de una ciega que cantaba en las plazas y decía haber sido deslumbrada por la luz de la Anunciación.

Álvaro Mutis

Los trabajos perdidos

Islas Marshall / Java

Luis Antonio de Villena
La playa de las Marshall
semeja tu piel,
las verdes sombrillas de Java,
el rumor delicado
de tu pecho.

Luis Antonio de Villena

Hymnica