Lisboa

Felipe Benítez Reyes

No Fernando Pessoa, sino ese
agente de seguros que, con su gabardina
y su maleta de cuero, recorre las tabernas
de suelos de serrín
y va pensando
en la fragilidad de todas nuestras vidas.

Felipe Benítez Reyes

Escaparate de venenos

Los destinos cruzados

Felipe Benítez Reyes
Alguien repite el nombre
de una ciudad que nunca ha visitado
y con esa palabra
designa la vida, la cifra, le da forma
a un frágil espejismo
de altas torres y plazas y mercados
alegres - y bandadas
de espantadas palomas, surgidas
del sombrero de copa del Gran Ilusionista,
el toque de campanas vespertino.

Alguien mira la noche cayendo como un fruto
maduro de la nada sobre el mar, y ve unos barcos
partir, y se pregunta
qué ocurrirá allá lejos, en países
cuyos nombres conservan
el dorado prestigio del café, la madera y las espadas,
y en qué puerto, en qué alegre taberna
brindaría y con quién al celebrar
la venta del marfil o del cacao.

En una plaza con palomas
a la sombra de altas torres,
alguien repite el nombre melodioso
de una ciudad que nunca ha visitado.

Más allá de estos mares,
en un bar de los muelles,
un hombre se entretiene
en mirar en el mapa
esta alejada orilla, y se imagina
sus plazas con bandadas de palomas,
sus bulliciosos bares y casinos
de juego, sus mujeres...

Alguien, en cualquier parte
de otra ciudad desconocida,
repite el nombre de una ciudad
desconocida, tan lejana
de aquí, tan lejos
esta ciudad de aquélla
de su nombre de plata y aventura.


Felipe Benítez Reyes

El Equipaje Abierto

Portulano

Juan José Téllez
Vivirás en la Isla de Tortuga
con el amigo que llaman Trípoli,
si parece una ciudad que muere
y besa tu hombro su despedida.

Sará jacaranda que envuelve
de gráciles brazos vegetales
el torso del amor, que es desnudo
y mira, como viajero, al alba.

Recordarás la era que viviste:
cantinas donde la muerte bebe
su ambrosía, países de pan ácimo
y el miedo que anuncia el castigo.

Oirás la selva que el machete abre,
la catarata del genocidio,
hogueras que la historia ha encendido
para que consuman su fúnebre nave.

Regresará de la ceniza amarga
y el hogar que sepa cobijarte
tendrá nombre del primer paraíso
y hablarán los dioses su dialecto.

Descubrirás la música y el fuego,
mas dile a la dicha que no llegue
si fue raza nómada y voluble,
verbo grato que evocar no logras.
Juan José Téllez
Daiquiri

Golfo de Corinto

Eduardo Galeano
     En algún lugar del golfo de Corinto, una mujer contempla, a la luz del fuego, el perfil de su amante dormido.
     En la pared, se refleja la penumbra.
     El amante, que yace a su lado, se irá. Al amanecerr se irá a la guerra, se irá a la muerte. Y también la sombra, su compañera de viaje, se irá con él y con él morirá.
     Es noche todavía. La mujer recoge un tizón entre las brasas y dibuja, en la pared, el contorno de la sombra.
     Esos trazos no se irán.
     No la abrazarán, y ella lo sabe. Pero no se irán.
Eduardo Galeano
Espejos

Nocturno Mediterráneo

Juan José Téllez
Hacia Orán, en una draga danesa, el camarote
de mi ánimo era un templo vacío.
«Yo nací en la Isla del Aire»,
repite el jefe de máquinas
junto a la fotografía de Nicole,
que del brazo condujo al paseo de los ingleses.

En el petate, llevo una vasija que en Beirut compré:
vino del Líbano bebíamos al cruzar el Bósforo,
tras los bombardeos y el mar de Mármara.
Un sacerdote, en Bizancio, desconoce
que el Coliseo resistió a los bárbaros.

Fui inocente en Bengasi.
A cuchillo maté al joyero de Esmirna
y sólo por despreciar la música de un zíngaro.
Cuentan que allí reposan, sin vida, los dioses griegos.

Cuando arribamos a Malta, había fiesta en el puerto.
Los organillos sonaban a Barcelona y a Sirte.
Recuerdas que Paola era morena y sucia.
La vendieron desnuda a los mercaderes de la Cirenáica
pero ayer la vi junto al Canal de Otranto
y nos gritó que el Etna iba a estallar de nuevo.
Juan José Téllez
Daiquiri