Hacia Orán, en una draga danesa, el camarote
de mi ánimo era un templo vacío.
«Yo nací en la Isla del Aire»,
repite el jefe de máquinas
junto a la fotografía de Nicole,
que del brazo condujo al paseo de los ingleses.
En el petate, llevo una vasija que en Beirut compré:
vino del Líbano bebíamos al cruzar el Bósforo,
tras los bombardeos y el mar de Mármara.
Un sacerdote, en Bizancio, desconoce
que el Coliseo resistió a los bárbaros.
Fui inocente en Bengasi.
A cuchillo maté al joyero de Esmirna
y sólo por despreciar la música de un zíngaro.
Cuentan que allí reposan, sin vida, los dioses griegos.
Cuando arribamos a Malta, había fiesta en el puerto.
Los organillos sonaban a Barcelona y a Sirte.
Recuerdas que Paola era morena y sucia.
La vendieron desnuda a los mercaderes de la Cirenáica
pero ayer la vi junto al Canal de Otranto
y nos gritó que el Etna iba a estallar de nuevo.
Juan José Téllez
Daiquiri