Juan José Téllez
Hacia Orán, en una draga danesa, el camarote
de mi ánimo era un templo vacío.
«Yo nací en la Isla del Aire»,
repite el jefe de máquinas
junto a la fotografía de Nicole,
que del brazo condujo al paseo de los ingleses.
En el petate, llevo una vasija que en Beirut compré:
vino del Líbano bebíamos al cruzar el Bósforo,
tras los bombardeos y el mar de Mármara.
Un sacerdote, en Bizancio, desconoce
que el Coliseo resistió a los bárbaros.
Fui inocente en Bengasi.
A cuchillo maté al joyero de Esmirna
y sólo por despreciar la música de un zíngaro.
Cuentan que allí reposan, sin vida, los dioses griegos.
Cuando arribamos a Malta, había fiesta en el puerto.
Los organillos sonaban a Barcelona y a Sirte.
Recuerdas que Paola era morena y sucia.
La vendieron desnuda a los mercaderes de la Cirenáica
pero ayer la vi junto al Canal de Otranto
y nos gritó que el Etna iba a estallar de nuevo.
de mi ánimo era un templo vacío.
«Yo nací en la Isla del Aire»,
repite el jefe de máquinas
junto a la fotografía de Nicole,
que del brazo condujo al paseo de los ingleses.
En el petate, llevo una vasija que en Beirut compré:
vino del Líbano bebíamos al cruzar el Bósforo,
tras los bombardeos y el mar de Mármara.
Un sacerdote, en Bizancio, desconoce
que el Coliseo resistió a los bárbaros.
Fui inocente en Bengasi.
A cuchillo maté al joyero de Esmirna
y sólo por despreciar la música de un zíngaro.
Cuentan que allí reposan, sin vida, los dioses griegos.
Cuando arribamos a Malta, había fiesta en el puerto.
Los organillos sonaban a Barcelona y a Sirte.
Recuerdas que Paola era morena y sucia.
La vendieron desnuda a los mercaderes de la Cirenáica
pero ayer la vi junto al Canal de Otranto
y nos gritó que el Etna iba a estallar de nuevo.
Juan José Téllez
Daiquiri
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