Jesús Aguado
En Viena nos llovió.
- Gustav Klimt, Arcimboldo... -,
bailando un vals cuando escampaba
o jugando a los dados.
Apenas era azul el Danubio, aunque a veces
se vertía en nosotros:
el mar de nuestro amor desviaba su curso
(¿y al hacerlo también el de la historia?).
Allí necesité de todo mi sentido del misterio
para no abandonarte:
alguna voz potente me llamaba a escondidas por la noche,
quizás la del futuro, lugar a donde nunca llegaré,
una voz que brotaba de las sombras, helechos pegajosos, hurones ciegos,
la voz de los insomnes
que pude resistir
porque a mi lado tú
soñabas por los dos y sonreías.
Jesús Aguado
Mendigo
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