Lisboa

Antonio Muñoz Molina

«Soñamos la misma ciudad», le había escrito Lucrecia en una de sus últimas cartas, «pero yo la llamo San Sebastián y tú Berlín».
Ahora la llamaba Lisboa: siempre, mucho antes de marcharse a Berlín, desde que Biralbo la conoció, Lucrecia había vivido en el desasosiego y la sospecha de que su verdadera vida estaba esperándola en otra ciudad y entre gentes desconocidas, y eso la hacía renegar sordamente de los lugares donde estaba y pronunciar con desesperación y deseo nombres de ciudades en las que sin duda se cumpliría su destino si alguna vez las visitaba. Durante años lo habría dado todo por vivir en Praga, en Nueva York, en Berlín, en Viena. Ahora el nombre era Lisboa. Tenía folletos en color, recortes de periódicos, un diccionario de portugués, un gran plano de Lisboa en el Biralbo no vio escrita la palabra Burma. «Tengo que ir cuanto antes», le dijo aquella noche, «es como el fin del mundo, imagina lo que sentirían los navegantes antiguos cuando se adentraran en alta mar y ya no vieran la tierra».
- Iré contigo -dijo Biralbo-. ¿No te acuerdas? Antes hablábamos siempre de huir juntos a una ciudad extranjera.
- Pero tú no te has movido de San Sebastián.
- Estaba esperándote para cumplir mi palabra.
- No se puede esperar tanto.
- Yo he podido.
- Nunca te lo pedí.
[...]


A. Muñoz Molina
El invierno en Lisboa

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