Ciudad nativa

Luis García Montero

A fuerza de llevar los ojos muy abiertos
por ciudades extrañas,
ahora puedo ver lo que me dices,
y sin cerrar los ojos
comprendo tu desnudo,
aunque sé que un desnudo
sólo nos pertenece con los ojos cerrados.
Será porque soy parte de tu luz
y de tu oscuridad,
y voy desde las sierras a las plazas
 con el mismo silencio de tus árboles.

La luz no es inmortal, pero nadie ha vivido
nunca más que la luz, más que los firmamentos
que yo aprendí a mirar bajo tus noches
de canciones descalzas entre cristales rotos,
ciudad de noches descubiertas
por los pasos heridos de la imaginación,
bella ciudad que guardas
un ciprés en la música de un piano
como yo guardo rosas en la mirada fría.

En una de las tardes que me dejaste solo,
corrí a espiar tu bolso y encontré
dos pañuelos de agua, dos certezas de pájaro,
un hilo de carmín sobre paredes negras
y cielos limpios,
unas gafas de sol para mirar la luna
de las torres perdidas,
y el monedero desgastado
que dobla los billetes y las cartas de amor,
los campanarios y las azoteas.

Desde una lluvia nítida y lejana,
muy al norte del Norte,
te llamo por teléfono.
Una voz familiar
 me responde y comenta que florecen
las sombras de la casa,
que hace sol, un buen día
sobre los puentes viejos, los pasillos
de la Universidad,
la fauna de los bares con paisaje,
el registro civil y sus incertidumbres.

Decente y necesaria
como una biblioteca de provincias,
tiemblas en el abrigo del viajero
igual que un pasaporte que no quiere perderse,
ciudad, calor nevado,
puro contraste impuro.

Conmigo vas, porque me buscas
en la luz descosida de tus atardeceres,
y sin cerrar los ojos
abro en cada regreso mi equipaje,
mi colección de fugas,
que corren por el mundo
hasta que algún espejo les devuelve
la estatura de un niño.

Hay recuerdos y árboles forzados a crecer
con la madera deshojada
de un lápiz de colores.

Luis García Montero
Vista Cansada

Frío como el infierno

Benjamín Prado


Estamos en invierno y esto es Roma
y tú no estás.
                 Yo voy de un lado a otro
de tu nombre,
                 lo mismo
que un oso en una jaula;
marco un número;
pongo la radio, escucho una canción
de Patti Smith dar vueltas dentro de Patti Smith
igual que un gato en una lavadora.

Estamos en invierno y yo busco un cuchillo;

miro la calle;
                pienso en Pasolini;
coges una naranja con mi mano.

Y esto es Roma.

                      La nieve
convierte la ciudad en una parte del cielo,
ilumina la noche,
deja sobre las casas su ángel multiplicado.

Y tú no estás.

                  Yo cierro una ventana,
miro el televisor,
                   leo a Ungaretti,
pienso
la distancia es azul,
yo soy lo único que hay entre tú y este frío.

Estamos en invierno y esta ciudad no es Roma

ni ninguna otra parte.
                          Miro atrás
y puedo verlo: acabas de apagar una lámpara;
has cerrado los ojos
y sueñas con un bosque;
                             de repente
alargas la mano,
que está en el otro lado de la mujer dormida...

Mientras,


yo odio este mundo frío como el infierno
y el cansancio que caz lentamente mis ojos;
odio al lobo que has puesto en la palabra noche
y la forma en que llenas la habitación vacía.
Odio lo que veré
desde hoy y para siempre: tus pisadas
en la nieve de Roma, donde nunca has estado.
Benjamín Prado
«Frío como el infierno», Todos nosotros