Samara es la capital y ciudad más grande del imperio abásida, en el Cercano Oriente. Domina la ciudad el vasto palacio de Alkoremi, erigido en la Colina de los Caballos Píos. El edificio originalfue levantado por el califa Motassem, hijo de Harún al Rachid, pero debe su forma actual al hijo de Motassem, Vathek, el Noveno Califa. Vathek consideró que el palacio, tal como estaba, no era adecuado para los placeres que buscaba y añadió otras cinco alas, auténticos palacios en sí mismas, y cada una de ellas dedicada al deleite de cada uno de los cinco sentidos.
El Palacio del Festín Continuo o El Insaciable está consagrado al gusto. Sus mesas están cubiertas noche y día de los más exquisitos manjares, y manan de cien fuentes inagotables los más deliciosos vinos y licores.
El Templo de la Melodía o El Néctar del Alma es la morada de los poetas y músicos más dotados de todo el país. No se limitan a ofrecer su arte en los salones del palacio, sino que circulan por toda la capital y entretienen al pueblo con su música y sus versos.
El palacio llamado Delicias de los Ojos o Sustento de la Memoria alberga una inmensa colección de curiosidades provenientes de todos los rincones del globo, desde estatuas que parecen tener vida a vastas colecciones de historia natural.
En los salones del Palacio de los Perfumes, también llamado Incitación la Voluptuosidad, arde en incensarios de oro una gran variedad de aceites perfumados. Los que se sientan agobiados por el efecto de los perfumes pueden salir a un amplio jardín lleno de flores fragantes y descansar en él sus sentidos estimulados en exceso.
Finalmente, el Reducto de la Alegría, o El Peligroso, es la morada de jóvenes mujeres, hermosas como huríes, que reciben a cada viajero con las caricias que espera.
Pero el Noveno Califa era también famoso por su amor al conocimiento y sus discusiones con los hombres más sabios de la corte. Al final de su vida, Vathek se inclinó por las argumentaciones teológicas y comenzó a levantar una inmensa torre para conocer los secretos del cielo. El profeta Mahoma, extrañado por la temeridad teológica del Califa, ordenó a sus genios que continuaran la construcción por las noches para ver hasta dónde llegaba la impía necedad de Vathek. Los genios obedecieron y agregaban dos codos por cada uno que levantaban los obreros del Califa, de modo que la torre alcanzó pronto su altura definitiva de once mil escalones. Además de observatorio, la torre es también una cárcel; en los pisos inferiores se encierra a los prisioneros del reino detrás de siete rejas de hierro cuyos barrotes como lanzas apuntan en todas direcciones. Tras los muros hay escaleras y pasajes secretos y una colección de momias robadas por Carathis, la madre de Vathek, de las tumbas de los antiguos faraones.
Carathis ordenó construir una galería secreta para guardar su coleccón de venenos y otras horribles rarezas. Como era adepta a la astrología, no tardó en desarrollar un cierto gusto por artes más siniestras y trató de comunicarse con los poderes del infierno. Llevó a cabo sacrificios humanos en lo alto de la torre y ceremonias oficiadas solamente por la princesa y su séquito de negros mudos, todos ellos tuertos de un ojo.
Vathek fue en un principio un gobernante popular, pero su deseo de poder y de conocimientos lo llevó por extraños caminos, y fue perdiendo popularidad. Sacrificó a varios niños para apaciguar a los poderes infernales y cuando se fue a Istajar estalló una revuelta en la capital. Vathek jamás regresó de su viaje.