William Beckford
En el límite del territorio de los abásidas, cuya capital es Samara, se encuentra el palacio en ruinas de Istajar. Se llega a él a través de un valle muy profundo y a la entrada dos rocas imponentes forman una especie de portal. En lo alto de las laderas de las montañas que rodean el valle se divisan las fachadas resplandecientes de los antiguos mausoleos reales. Pero el valle está hoy prácticamente deshabitado y las dos aldeas que hay en él están abandonadas.Lo más impresionante del palacio de Istajar es la gran terraza de las atalayas, un espacio liso de mármol negro donde no crece ni una brizna de hierba. En el flanco derecho se alzan innumerables atalayas, hoy sin techo y pobladas por las aves nocturnas; su estilo arquitectónico no se encuentra en ningún otro lugar de la tierra. Las ruinas del inmenso palacio son famosas por las figuras talladas y repujadas. Estas esculturas representan cuatro animales colosales mitad leopardo, mitad grifo, capaces de estremecer el corazón del viajero más intrépido.
Istajar fue construido por Suleimán ben Daud, con la ayuda de espíritus y genios. En la cúspide de su gloria, el palacio fue la más magnífica de las creaciones del reino de Suleimán. Pero, al construirlo, Suleimán había ofendido a la majestad divina y su obra maestra fue destruida por el trueno.
Las misteriosas recámaras que se encuentran bajo las terrazas de Istajar están habitadas por genios malvados que obedecen las órdenes de un demonio llamado Iblis. El viajero que se aventure en este reino subterráneo descubrirá un vasto salón abovedado con columnas y arcadas. El suelo está cubierto de polvo de oro y azafrán mezclado con hierbas aromáticas. Verá las mesas preparadas para el festín de los genios y a los genios que danzan al son de una música lasciva. Una multitud de personajes entra y sale del salón apretándose el corazón con la mano derecha, ignorantes de todo lo que ocurre a su alrededor y llevando en sus rostros la lívida palidez de la muerte y en sus ojos ese destello fosforescente que a veces se observa de noche en los cementerios.
Existen salones aún más recónditos donde se guardan los tesoros de los sultanes preadamitas que otrora gobernaron la tierra. Allí reúne Iblis su corte, sentado en un globo de fuego, en un tabernáculo rodeado de largos cortinajes de brocado carmesí y oro. Tiene la apariencia física de un hombre joven pero su mirada refulge con una mezcla de orgullo y desesperación. Con una mano, herida por el trueno, sostiene el cetro de hierro con el cual controla a los afrits y demás demonios de las profundidades. Del tabernáculo parte un corredor que conduce a un salón con techo en forma de cúpula y en cuyas paredes se suceden cincuenta puertas de bronce con otras tantas cerraduras de hierro. En el interior yacen los cuerpos de los reyes preadamitas en lechos de cedro imperecedero; todavía alienta en ellos vida suficiente como para darse cuenta del estado miserable al que han sido reducidos. Aquí yace también el constructor de Istajar, mitad vivo, mitad muerto, como sus antepasados.
William Beckford
Vathek
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