Fakreddín


Entre Samara y el palacio en ruinas de Istajar se extiende el hermoso valle de Fakreddín, así llamado en honor al emir que lo gobierna desde tiempos inmemoriales. Floridos matorrales bordean el valle, cubierto en parte por un bosque de palmeras que dan sombra a un gracioso edificio coronado de cúpulas airosas. En cada una de sus nueve puertas de bronce está escrito: "He aquí el asilo de los peregrinos, el refugio de los viajeros y el lugar donde reposan los secretos de todos los países del mundo."
Una vez en el interior, bajo una vasta bóveda iluminada por lámparas de cristal de roca, se obsequia a los huéspedes con helados servidos en copas del mismo cristal y otras mil delicias, desde arroz hervido en leche de almendras hasta sopa de azafrán.
Un fino velo de seda rosada disimula la entrada a los baños ovales de pórfido y al harén.
El valle es es lugar donde se dan cita todos los santos errantes procedentes del Oriente Medio y aun de más lejos, de la India. Los tullidos y los que padecen todas las enfermedades imaginables también acuden allí, seguros de que el emir y su séquito aliviarán su sufrimiento.
Rodeado de desiertos, el valle de Fakreddín es como una esmeralda embutida en plomo. Es, a decir verdad, un lugar tan placentero que hay quienes afirman que las nubes del oeste son las cúpulas de Shadukian y Ambreabad, moradas de los peris, unos seres delicados, adorables, élficos, que guían a los puros de espíritu en su camino hacia el cielo.

William Beckford

Vathek


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