Lisboa

Felipe Benítez Reyes

No Fernando Pessoa, sino ese
agente de seguros que, con su gabardina
y su maleta de cuero, recorre las tabernas
de suelos de serrín
y va pensando
en la fragilidad de todas nuestras vidas.

Felipe Benítez Reyes

Escaparate de venenos

Los destinos cruzados

Felipe Benítez Reyes
Alguien repite el nombre
de una ciudad que nunca ha visitado
y con esa palabra
designa la vida, la cifra, le da forma
a un frágil espejismo
de altas torres y plazas y mercados
alegres - y bandadas
de espantadas palomas, surgidas
del sombrero de copa del Gran Ilusionista,
el toque de campanas vespertino.

Alguien mira la noche cayendo como un fruto
maduro de la nada sobre el mar, y ve unos barcos
partir, y se pregunta
qué ocurrirá allá lejos, en países
cuyos nombres conservan
el dorado prestigio del café, la madera y las espadas,
y en qué puerto, en qué alegre taberna
brindaría y con quién al celebrar
la venta del marfil o del cacao.

En una plaza con palomas
a la sombra de altas torres,
alguien repite el nombre melodioso
de una ciudad que nunca ha visitado.

Más allá de estos mares,
en un bar de los muelles,
un hombre se entretiene
en mirar en el mapa
esta alejada orilla, y se imagina
sus plazas con bandadas de palomas,
sus bulliciosos bares y casinos
de juego, sus mujeres...

Alguien, en cualquier parte
de otra ciudad desconocida,
repite el nombre de una ciudad
desconocida, tan lejana
de aquí, tan lejos
esta ciudad de aquélla
de su nombre de plata y aventura.


Felipe Benítez Reyes

El Equipaje Abierto

Portulano

Juan José Téllez
Vivirás en la Isla de Tortuga
con el amigo que llaman Trípoli,
si parece una ciudad que muere
y besa tu hombro su despedida.

Sará jacaranda que envuelve
de gráciles brazos vegetales
el torso del amor, que es desnudo
y mira, como viajero, al alba.

Recordarás la era que viviste:
cantinas donde la muerte bebe
su ambrosía, países de pan ácimo
y el miedo que anuncia el castigo.

Oirás la selva que el machete abre,
la catarata del genocidio,
hogueras que la historia ha encendido
para que consuman su fúnebre nave.

Regresará de la ceniza amarga
y el hogar que sepa cobijarte
tendrá nombre del primer paraíso
y hablarán los dioses su dialecto.

Descubrirás la música y el fuego,
mas dile a la dicha que no llegue
si fue raza nómada y voluble,
verbo grato que evocar no logras.
Juan José Téllez
Daiquiri

Golfo de Corinto

Eduardo Galeano
     En algún lugar del golfo de Corinto, una mujer contempla, a la luz del fuego, el perfil de su amante dormido.
     En la pared, se refleja la penumbra.
     El amante, que yace a su lado, se irá. Al amanecerr se irá a la guerra, se irá a la muerte. Y también la sombra, su compañera de viaje, se irá con él y con él morirá.
     Es noche todavía. La mujer recoge un tizón entre las brasas y dibuja, en la pared, el contorno de la sombra.
     Esos trazos no se irán.
     No la abrazarán, y ella lo sabe. Pero no se irán.
Eduardo Galeano
Espejos

Nocturno Mediterráneo

Juan José Téllez
Hacia Orán, en una draga danesa, el camarote
de mi ánimo era un templo vacío.
«Yo nací en la Isla del Aire»,
repite el jefe de máquinas
junto a la fotografía de Nicole,
que del brazo condujo al paseo de los ingleses.

En el petate, llevo una vasija que en Beirut compré:
vino del Líbano bebíamos al cruzar el Bósforo,
tras los bombardeos y el mar de Mármara.
Un sacerdote, en Bizancio, desconoce
que el Coliseo resistió a los bárbaros.

Fui inocente en Bengasi.
A cuchillo maté al joyero de Esmirna
y sólo por despreciar la música de un zíngaro.
Cuentan que allí reposan, sin vida, los dioses griegos.

Cuando arribamos a Malta, había fiesta en el puerto.
Los organillos sonaban a Barcelona y a Sirte.
Recuerdas que Paola era morena y sucia.
La vendieron desnuda a los mercaderes de la Cirenáica
pero ayer la vi junto al Canal de Otranto
y nos gritó que el Etna iba a estallar de nuevo.
Juan José Téllez
Daiquiri

Troya

Eduardo Galeano
     No había nada ni nadie. Ni fantasmas había. No más que piedras mudas, y alguna que otra oveja buscando pasto entre las ruinas.
     Pero el poeta ciego supo ver, allí, la gran ciudad que ya no era. La vio rodeada de murallas, alzada en la colina sobre la bahía; y escuchó los alaridos y los truenos de la guerra que la había arrasado.
     Y la cantó. Fue la refundación de Troya. Troya nació de nuevo, parida por las palabras de Homero, cuatro siglos y medio después de su exterminio. Y la guerra de Troya, condenada al olvido, pasó a ser la más famosa de todas las guerras.
Eduardo Galeano
Espejos

Otras Vidas



Te conocí en Boston, aunque nunca estuve allí.
Si me sirves otro trago juraré que existe allí,
alguien que esté pensando en el hombre que no soy.
No encuentro razones, lejos del mini-bar.
Los números pares me ayudan a olvidar
las cosas que no hice, las cosas que dije,
los viajes prometidos, los momentos infinitos
por ejemplo, tal vez no beba más..
Es el mundo el que se empeña en ponernos siempre a prueba
y es que sabes, no podemos ganar..
Mañana será distinto,
trataré de no ser yo, para interesarte un poco
emborrachar tu corazón, pero ahora dejame solo.
Quiero olvidarme de ti,
para vivir otras vidas, y volverte a conocer;
para volar a Masachusett en un vaso de cristal,
y alojarme en hoteles muy cerca del muelle,
y que las promesas falten los domingos por la tarde
y después.. tal vez no beba más..
Que crucen lagos y mares, que se eleven por los aires
y después, que nos dejen en paz..
No quiero que dudes nunca que eres mi sangre entera,
pero ahora, ahora dejame en paz..
.

Calles de Asilah

Josefa Parra
Quise escribir azul
y encontré la pureza
de tus calles cubiertas de turquesas y flores.
La cal contra el silencio de un cielo de verano.
Esquinas donde el sol bordaba el mediodía.
Espliego y yerbabuena, el mar alto, la vida
y el ameno rumor también azul de un nombre.
Josefa Parra
La hora azul


Cuando los barcos navegaron sobre la tierra (Constantinopla)

Eduardo Galeano
El emperador Constantino bautizó con su nombre a la ciudad de Bizancio, y se llamó Constantinopla este estratégico punto de encuentro entre Asia y Europa.
Mil cien años después, cuando Constantinopla sucumbió al asedio de las tropas turcas, otro emperador, otro Constantino, murió con ella, peleando por ella, y entonces la Cristiandad perdió su puerta abierta al Oriente.
Mucha ayuda habían prometido los reinos cristianos; pero a la hora de la verdad, Constantinopla, sitiada, asfixiada, murió sola. Los enormes cañones de ocho metros, perforadores de murallas, y el insólito viaje de la flota turca, resultaron decisivos en el derrumbe final. Las naves turcas no habían podido vencer las cadenas, atrevesadas bajo las aguas, que les impedían el paso, hasta que el sultán Mehmet dio una orden jamás escuchada: mandó que navegaran sobre la tierra. Apoyadas en plataformas rodantes y tiradas por muchos bueyes, las naves se deslizaron por la colina que separaba el mar Bósforo del Cuerno de Oro, cuesta arriba y cuesta abajo, en el silencio de la noche. Al amanecer, los vigías del puerto descubrieron, horrorizados, que la flota turca emergía ante sus narices, por arte de magia, en las aguas prohibidas.
A partir de entonces, el cerco, que era terrestre, se completó por mar, y la matanza final enrojeció la lluvia.
Muchos cristianos buscaron refugio en la inmensa catedral de Santa Sofía, que nueve siglos antes había brotado de un delirio de la emperatriz Teodora. Metidos en la catedral, esos cristianos esperaban que del cielo bajara un ángel y corriera a los invasores con su espada de fuego.
El ángel no vino.
Sí vino el sultán Mehmet, que entró en la catedral, montado en su caballo blanco, y la convirtió en la principal mezquita de la ciudad que ahora se llama Estambul.

Eduardo Galeano
Espejos

In the city in the rain

The 6ths

In the city in the rain you've got a beautiful face.
In the cityin the rain you vanish without a trace.
In the city in the rain you've got mysterious ways.
In the city in the rain I'm gonna spend all my days.

I think I'm gonna dance all night long.
I think I'm gonna dance till the moon goes down.

In the city in the rain, inside a smoky cafe.
In the city in the rain you tell me that you'll stay.
In the city in the rain you suddenly slip away.
In the city in the rain I'm gonna spend all my days.

In the city in the rain I hear the screaming of tires.
In the city in the rain I'm setting myself on fire.
In the city in the rain, among the beautiful lights.
In the city in the rain I think I'll dance all night.

The 6ths
Wasps' Nests

Ciudad (After Dark)

Haruki Murakami
Perfil de una gran ciudad.
Captamos esta imagen desde las alturas, a través de los ojos de un ave nocturna que vuela muy alto.En el amplio panorama, la ciudad parece un gigantesco ser vivo. O el conjunto de una multitud de corpúsculos entrelazados. Innumerables vasos sanguíneos se extienden hasta el último rincón de ese cuerpo imposible de definir, transportan la sangre, renuevan sin descanso las células. Envían información nueva y retiran información vieja. Envían consumo nuevo y retiran consumo viejo. Envían contradicciones nuevas y retiran contradicciones viejas. Al ritmo de las pulsaciones del corazón parpadea todo el cuerpo, se inflama de fiebre, bulle. La medianoche se acerca y, una vez superado el momento de máxima actividad, el metabolismo basal sigue, sin flaquear, a fin de mantener el cuerpo con vida. Suyo es el zumbido que emite la ciudad en un bajo sostenido. Un zumbido sin vicisitudes, monótono, aunque lleno de presentimientos.

Haruki Murakami
After Dark


La Ciudad de los Muertos

Karl Friedrich May

Antigua capital de Ardistan, situada en los márgenes del río Suhl. Cuando el río se secó, la ciudad fue abandonada y se construyó en Ard una nueva capital. La antigua permaneció vacía durante siglos; sólo uno o dos de los edificios se usaban como prisiones. Pocas personas, excepto algunos dignatarios religiosos de Ardistán, visitaron jamás la ciudad, de modo que no existen descripciones completas.

El Suhl fluye ahora nuevamente y, gracias al clima seco de la zona, la ciudad se conserva perfectamente. El sector oriental es el antiguo barrio residencial, con sus casas, iglesias y mezquitas todavía intactas. La impresión que domina al visitante es la de desolación y de un sueño parecido a la muerte, pero no es difícil imaginar lo que pudo ser la belleza de esta gran ciudad. En la ribera oeste se yergue la ciudadela amurallada, prácticamente una ciudad militar apartada del resto. Su flanco occidental se apoya en las laderas de las montañas circundantes, y sus muros y torres son tan sólidos que la ciudadela es casi inexpugnable.

La Ciudad de los Muertos guarda muchos secretos importantes que sólo conocen los prelados de Ardistán. En algunas de las prisiones, por ejemplo, el suelo se da la vuelta haciendo caer a los desprevenidos prisioneros en hondos recintos que hay bajo tierra. Pasadizos subterráneos y antiguos canales de agua ahora cubiertos constituyen las entradas secretas a la ciudadela. Al oeste de la fortaleza se encuentra el Lago Maha-Lama. El cráter que formó el lago está completamente rodeado de abruptas paredes de roca. Todo lo que se puede ver desde arriba es la parte superior de la estatua de un ángel. Los pocos que han visitado la ciudad han evitado esta zona por miedo, tal vez porque recuerdan antiguas leyendas del lugar. Dicen que el lago fue creado por el diablo y que éste le dijo a un sumo sacerdote de Maha-Lama que viviría cien años más si ahogaba en el lago a todos aquellos que lo ofendieran. El Maha-Lama, antes amado por su pueblo, perdió la simpatía popular. Cientos de personas perecieron ahogadas en el lago, que llegó a estar atestado de cadáveres, de forma que el sacerdote no pudo cumplir su compromiso. Entonces el diablo se lo llevó.

El suelo del cráter está seco desde hace siglos y extrañas estatuas han sido talladas en las paredes. Columnas y puertas jalonan esos muros a espacios regulares; por ellas se accede a un vasto palacio subterráneo de más de trescientas habitaciones. Las puertas, en las que hay leyendas escritas en diversas lenguas orientales, se abren haciendo girar una imagen metálica del sol. En el interior hallará el viajero muchos talleres, depósitos y dormitorios, y también enfermerías y tumbas.

El edificio más impresionante del cráter es probablemente el templo excavado en la roca. En torno a sus paredes circulares corre una espiral de asientos que va desde el suelo hasta el punto más alto del techo. Una balaustrada recorre el borde exterior de esta galería, con centenares de aberturas, en cada una de las cuales hay una vela. Al pie de la espiral, el viajero verá un sencillo púlpito de piedra. La acústica es tan perfecta que las palabras pronunciadas abajo se oyen en lo más alto de la espiral de asientos. Lo mismo que los otros edificios subterráneos, el templo está iluminado por ventanas horizontales de una especie de mica transparente como el cristal.

Construidas en la roca, el viajero verá también dos djemmas, o cámaras del consejo. Una de ellas es la djemma de los Muertos, así llamada porque alberga los cuerpos momificados de los gobernantes muertos de Ardistán. Allí se ven sentados los reyes y sumos sacerdotes difuntos, como los jueces en una sala de justicia. En sus manos envueltas en vendas sostienen cuadernos donde están consignados los crímenes que cometieron en vida.

Otro de los secretos de la Ciudad de los Muertos se halla debajo de la figura de un ángel que está en en centro del lago Maha-Lama. Este ángel, como los de El Hadd y Ussulistan, señala el sitio donde hay aguas subterráneas, en este caso un gran estanque que se llena mediante tuberías escondidas.

En la Ciudad de los Muertos se han descubierto grandes cantidades de tablillas de arcilla escritas en caracteres antiquísimos. Narran la historia primitiva de Ardistán, especialmente el período comprendido entre la etapa anterior al alzamiento de los Mirs y el declinar del poderío de los antiguos jefes religiosos. También han sido hallados muchos retratos de antiguos gobernantes, lo cual ha permitido ampliar nuestro conocimiento de este antiguo reino.
Karl Friedrich May
Ardistan

Cinco elegías para un siglo (iv)

Fernando Valverde
Medianoche en Moscú
pero Osip Maldelshtam no tiene prisa.
Pasea por las calles y por los bulevares
agarrado del traje por un recuerdo escaso.
Piensa en cómo es su época, en el tercio de un siglo
que anunciaba un pronóstico de rabia.
Qué áspero es el tiempo, sin embargo
hoy me gusta agarrarlo por la cola.
Después regresa a casa y siente frío:
El aire puede ser oscuro como el agua.

Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

Cinco elegías para un siglo (iii)

Fernando Valverde

31 de agosto
de mil novecientos cuarenta y uno.
Marina Tsvietaieva mira al suelo
después de la tristeza y las humillaciones,
escribe a tres amigos, entre ellos Nikoài:

- Y a mí discúlpeme, no pude más.

Después en Elabuga canta un mirlo
que ha aprendido a volar.


Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

Cinco elegías para un siglo (ii)

Fernando Valverde
Rara vez amanece en Sarajevo
las noches son tan largas como el frío,
tan largo es el dolor como las noches.
Es un día muy nuevo
de mil novecientos noventa y tres,
Izet Sarajlie piensa en los tranvías,
en Roma y en París,
en Mikica que duerme después de treinta horas
lloviendo las granadas.
Entonces siente lástima y recuerda
que un día fue posible levantarse temprano
y coger margaritas con la mujer que aún ama.

Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

Cinco elegías para un siglo (i)

Fernando Valverde
En Praga son las tres de la mañana
de una noche de otoño
de mil novecientos setenta y cuatro.
Jaroslav Seifert busca
un paisaje que pueda sostenerse
dentro de algún poema,
empieza a sentir frío cuando piensa:
Esta ciudad es mía
o al menos a mí me decidió el destino.
Después regresa a casa, despreocupado y solo,
ya no hay rincón oscuro donde arrugar pasiones.
Todo quedó en silencio.

Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

Afghanistan


Fazal Sheikh (fotógrafo)








La muerte del Capitán Cook

Álvaro Mutis
Cuando le preguntaron cómo era Grecia, habló de una larga fila de casas de salud levantadas a orillas de un mar cuyas aguas emponzoñadas llegaban hasta las angostas playas de agudos guijarros, en olas lentas como el aceite.
Cuando le preguntaron cómo era Francia, recordó un breve pasillo entre dos oficinas públicas en donde unos guardias tiñosos registraban a una mujer que sonreía avergonzada, mientras del patio subía un chapoteo de cables en el agua.
Cuando le preguntaron cómo era Roma, descubrió una fresca cicatriz en la ingle que dijo ser de una herida recibida al intentar romper los cristales de un tranvía abandonado en las afueras y en el cual unas mujeres enbasamaban a sus muertos.
Cuando le preguntaron si había visto el desierto, explicó con detalle las costumbres eróticas y el calendario migratorio de los insectos que anidan en las porosidades de los mármoles comidos por el salitre de las radas y gastados por el manoseo de los comerciantes del litoral.
Cuando le preguntaron cómo era Bélgica, estableció la relación entre el debilitamiento del deseo ante una mujer desnuda que, tendida de espaldas, sonríe torpemente y la oxidación intermitente y progresiva de ciertas armas de fuego.
Cuando le preguntaron por un puerto del Estrecho, mostró el ojo disecado de un ave de rapiña dentro del caul danzaban las sombras del canto.
Cuando le preguntaron hasta dónde había ido, respondió que un carguero lo había dejado en Valparaíso para cuidar de una ciega que cantaba en las plazas y decía haber sido deslumbrada por la luz de la Anunciación.

Álvaro Mutis

Los trabajos perdidos

Islas Marshall / Java

Luis Antonio de Villena
La playa de las Marshall
semeja tu piel,
las verdes sombrillas de Java,
el rumor delicado
de tu pecho.

Luis Antonio de Villena

Hymnica

Tibet

Ana Isabel Conejo

La ignorancia del niño tiene el color del azafrán... La sabiduría del monje es amarilla.

Un viento helado azota nuestros rostros. De las montañas llegan silencios sonoros como bronce. ¡Qué poco duelen las heridas del frío! Puedes perder los dedos y seguir sonriendo.

Es dulce esta pobreza de la altura. Vamos descalzos, con grandes toldos de oro que nos cubren, sosteniendo en las manos nuestro cuenco de barro para solicitar la blanca limosna del arroz.

Hemos oído hablar de los templos del sur, del mármol deslumbrante de las cúpulas de Agra... No deseamos verlo. Nuestro templo es más alto y existe desde siempre: piedra y nieve, imposible igualar su blancura... Nos gusta ser pequeños; envejecer; morirnos. Renacer convertidos en hormiga o en hierba.

Ana Isabel Conejo

Atlas

Todas son mías

Mario Benedetti

Yo soy un ganapán de las ciudades. Con sus glorias y sus congojas, las calles me reciben sin ninguna exigencia. Me ofrecen sus esquinas, sus ventanas, sus puertas. Piso las baldosas y los adoquines y reconozco un aire de familia. Recuerdo que bajo la ducha de un noveno piso de un hotel de Copenhague distinguí los tejados y los faroles y una plaza que me recordó otra de Helsinki. Todas son mías. Está la calle de Milán que me transportó a Buenos Aires, digamos a Rivadavia y Tañcahuano. Todas son mías.
A veces repaso el campo pero de lejos, y echo de menos las torres, los templos, las estatuas. Entonces me doy vuelta y la ciudad me recibe como a uno de los suyos. No importa si es Praga o Amsterdam o Barcelona. Todas son mías. Camino despacito, reconociendo lo desconocido y juego con los rostros, que por supuesto son ciudadanos. El intercambio es recíproco y yo recibo y doy.
Estas paredes no son las mismas que las de allá, pero las toco como si lo fueran. Hay una evocación alucinada de algo que me pertenece y sin embargo no es mío. Calles y más calles. Esto es ciudad, y punto. Avenidas y arterias que vienen del pasado y quién sabe hasta dónde llegarán. Distritos y parroquias, suburbios o arrabales, las ciudades intercambian su norte y hasta esconden el sur.
A ésta le presto un color de aquélla y me fabrico un éxtasis primario, tan sencillo como el que hace décadas nació en mi esquina. Fui niño capitalino, comunal, y ahora, gracias al mar y al viento, al vino y a la suerte, soy apenas un viejo, claro que más sonante que contante, pero eso sí, siempre de ciudad.


Mario Benedetti

Vivir adrede

Deir El-Medina

Ana Isabel Conejo

Alguien, en un escrito hallado cerca del valle de las tumbas, leyó la angustia del pintor de signos: "Podrías traerme un poco de miel para mis ojos, y también algo de ocre. Tengo hinchados los párpados de trabajar con ellos la tiniebla, de buscar en la bóvedas el rumbo de la barca del Sol. ¡Ya no veo! ¡El humo de las lámparas me ha cegado la vista!"

La ciudad es un bosque de papiros de piedra en la otra orilla. Aquí reina el silencio de la muerte. ¿Qué se dice a sí mismo cada día el que en su corazón está lejos de Tebas? Se pasa la jornada soñando con su nombre. El pan que allí se come es más sabrosos que los pasteles hechos de grosura de ganso. El agua es dulce como miel y uno puede beber hasta la hartura.

Años... El mensajero se adentra en el desierto después de encomendar sus bienes a sus hijos; siempre anda temeroso de las gentes de Oriente, de los leones rojos que de noche bajan en busca de los abrevaderos. Sea su casa de lona o de ladrillos, su vida no es alegre. Sólo el escriba vive seguro, pues no habrán de perderse sus esfuerzos cuando deba ausentarse de la vida.

No se alzarán para él grandes pirámides coronadas de bronce ni funerarias lápidas de hierro. No dejará tras él hijos capaces de ensalzar su nombre, pero su herencia de palabras escritas es semejante a las estrellas, que guían como puntos de plata al navegante, al hombre que busca su camino.

Entonces, llorad por nosotros. Fuimos nosotros quienes os entregamos una senda de óxido rojo y lapislázuli para que no se perdieran vuestras almas. Pensadlo. De los reyes quedan cuerpos resecos, momias de carne oscura pegada al hueso, dientes aterradores, cráneos calvos bajo las sonrientes máscaras de oro macizo. Nosotros os dejamos el mapa de la noche para que nunca tengáis miedo. Os dejamos las altas columnas de Luxor.

Ana Isabel Conejo

Atlas

Parque de Figueras


José Ángel Valente

Si hay un momento en el mundo
donde el pico de un pájaro
dijérase parece suspender el caos,
un súbito momento de tenue paz, ahora,
en el parque de una ciudad extraña donde me encuentro por azar.

Si existe repentino este silencio
en el leve descenso de la tarde,
si hay aves que se funden y hacen uno el canto y la quietud
y una mujer joven que cruza con su hijo pequeñó de la mano
me mira, intensamente,
si este eterno es verdad, merecería
la pena haber venido,
estar presente, dios, en esta cita tuya no anunciada.

José Ángel Valente

Fragmentos de un libro futuro

My elusive dreams

Lee Hazlewood - Nancy Sinatra



I followed you to Texas I followed you to Utah
We didn't find it there so we moved on
I followed you to Alabam things look good in Birmingham
We didn't find it there so we moved on

I know you're tired of following my elusive dreams and schemes
For they're only fleeting things my elusive dreams

I had your child in Memphis you heard of work in Nashville
We didn't find it there so we moved on
To a small farm in Nebraska to a gold mine in Alaska
Oh we didn't find it there so we moved on

And now we've left Alaska because there was no gold mine
But this time only two of us move on
And now now we have each other and an old memory to cling to
And still you won't let me go on all alone

I know you're tired of following...
For they're only fleeting things my elusive dreams.

Lee Hazlewood & Nancy Sinatra

La Ciudad y la Escritura

Sergio González Rodríguez

Ciudad de ciudades: ¿laberinto o Torre de Babel? La ciudad se puede evoca en sus hazañas, en su historia, en sus héroes; y alguien puede también registrarla en la madrugada, entre los sonidos de un silbato de locomotora anacrónica, distante, y a través de un rumor ensordecedor: los sueños de los vivos y la melodía de los muertos que durante siglos aquí han perdurado, y que buscan a uno, a nadie más que a uno, porque uno es su relato. Así se distinguen, en ese concierto dispendioso, unos gemidos paganos, cuya convicción emana un afecto sobrenatural: son los perros y los gatos callejeros o domésticos que amaron a sus amos y que, por creencia de los antiguos, nos guiarán un día al reposo último. Menos a nosotros que a ellos les está destinado un paraíso, aquel que habla en la ausencia de los lagos secos y los bosques extintos de esta ciudad, aquel que habla en las montañas que la circundan bajo el sol y el dominio del viento. Pero si uno aspira a un paraíso, debe triunfar antes sobre la catástrofe, hacer de ella una vía de libertad.

De la técnica, sus logros y experimentos, acostumbramos guardar, ante todo, la memoria de lo que ha destruido: la huella en la guerra interna de las ciudades y la secular guerra externa que se extiende para imponerse al campo, a lo rural, a los arrabales, a la periferia. La ciudad es el templo de la catástrofe, sea ésta natural o tecnológica: terremotos, incendios, lluvias torrenciales, accidentes de tráfico, crímenes, terror, riesgos de la industria, polución, aviones que se desploman... Quien vive en una ciudad aprende a vivir en las alas de la catástrofe, y esto, al final, es su mejor escudo, porque descifrar ese vuelo permite contrarrestar la propia realidad catastrófica, plural y evasiva. Contrarrestar, sí, con la mano tras el oído puesto al tiempo. O la vida como caligrafía en el aire.

Sergio González Rodríguez

El centauro en el paisaje

Quinnipak

Alessandro Baricco

Quinnipak. Una imaginaria ciudad vagamente situada en la Europa decimonónica, que pudiera ser símbolo de los ideales y los límites de la burguesía, entre el progreso colectivo y las pasiones personales. En ella convive una galería de extraordinarios personajes con el infinito como único horizonte, empeñados en construir castillos en el aire que irán desmoronándose hasta dejar un poso de tristeza o de rabia: el señor Rail, fabricante de cristal, cuyo sueño es poseer un ferrocarril sólo para sentir el vértigo de la velocidad; su esposa, Jun, cuya belleza inspiró a Dios «la extravagante idea de pecado»; Pekisch, inventor de artilugios imposibles, en busca de una nota musical inexistente; su compañero de fatigas, Pehnt, un chiquillo que lleva encima su destino, en forma de chaqueta holgada; la viuda Abegg, quien, ante la imposibilidad de vivir un futuro deseado, recuerda un pasado ficticio; H. Horeau, arquitecto, cuyo proyecto de un edificio construido sólo de cristal descubrirá el carácter inflamable de éste; Mormy, el niño bastardo capaz de detener el tiempo en su mirada...Quinnipak. Ciudad soñada, ciudad refugio.

Alessandro Baricco

Tierras de Cristal

Una araña me observa desde un viejo molino de viento en la ciudad de Brujas

Fernand Valverde
Son extrañas las cosas cuando miran.

De los amarraderos del Dijver
los turistas buscan fotos imposibles,
paisajes sorprendentes
historias de la Historia,
leyendas que después contarán en lugares
repletos de temores y de cafeterías.

Pero tú, tú si entiendes del tiempo.

Tus huellas legendarias convierten lo que tocan
en cómplices de siglos y abandono.

- Tal vez no somos tan distintos,
es cuestión de fortuna y perspectiva.

Reconozco tu voz en las habitaciones
a las que yo no vuelvo:
también estarán solas.

Reconozco tu piel en todas las mujeres
desnudas del pasado,
en los rostros que vuelven
sin mirarme a los ojos.

No conoces ciudades sin conciencia en la piedra.

Por tu tiempo importuno,
tu soledad tan simple,
te propongo este pacto:
Yo te dejo mis dudas para venir al mundo,
tú me dejas las tuyas para volver al mío.

Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

Las Ciudades y la Memoria. 1 - Diomira

Italo Calvino

Partiendo de allá y andando tres jornadas hacia levante, el hombre se encuentra en Diomira, ciudad con sesenta cúpulas de plata, estatuas de bronce de todos los dioses, calles pavimentadas de estaño, un teatro de cristal, un gallo de oro que canta todas las mañanas en lo alto de una torre. Todas estas bellezas el viajero ya las conoce por haberlas visto también en otras ciudades. Pero es propio de ésta que quien llega una noche de septiembre, cuando los días se acortan y las lámparas multicolores se encienden todas a la vez sobre las puertas de las freidurías, y desde una terraza una voz de mujer grita: ¡uh!, siente envidia de los que ahora creen haber vivido ya una noche igual a ésta y haber sido aquella vez tan felices.


Italo Calvino

Las ciudades invisibles

El Poema

Felipe Benítez Reyes
Tan extraño
como llegar a una ciudad
y ver cómo la luz
inventa esa ciudad de la que nunca
has logrado salir.

Felipe Benítez Reyes

El Equipaje Abierto

Hamburgo

Rubén Abella
En un callejón de St Pauli, entre emporios del sexo, discotecas, tiendas de armas y prostitutas heladas, una taberna sin nombre pervive de espaldas al tiempo. Los rincones del techo babean las mismas humedades de antaño. Sobre las paredes cuelgan, como grandes omos cansados, las mismas vistas del puerto, el Trostbrücke y las ruinas de St Nikolai. Las mismas canciones se derraman como lágrimas viejas por las comisuras de la gramola. En las mesas, dentro de los jarrones de siempre, se alzan los mismo tulipanes falsos.
Tampoco la clientela ha cambiado.
Los mismos navieros, los mismo estibadores, los mismo marineros en tierra beben weissbier, hablan de buques y capitanes, tararean estribillos ajados, rememoran tormentas, presumen de viejos amores portuarios, relatan viajes pasados, sueñan con travesías que ya nunca harán.

Rubén Abella

Las ciudades visibles

En Amsterdam el sol se parece a un ahogado

Fernando Valverde
Hay un silencio sordo en Nieuwe Kerk.

Un funeral de viento y avenidas
sin campanas, ni lluvia, ni cadáver.

Nadie sabe su nombre a pesar del tumulto.

Las prostitutas lloran sin calcular el tiempo,
los hombres de negocios se detienen y saben
la longitud del día,
los náufragos se quitan el sombrero,
saludan a las damas que muestran sus collares
de perlas y conchas.

Hoy el mar se ha callado por detrás de los diques.

Los puentes son inútiles a pesar del olor
que dejan los canales en los cuerpos.

Hoy todo se parece a un magnicidio.

Alguien dice mi nombre en Nieuwe Kerk.

Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

Diez Principios para una Nueva Arquitectura

Yona Friedman

1. El futuro de las ciudades: serán centros de recreo y esparcimiento, centros de vida pública, centros de organización y decisión de interés público. Otras funciones (trabajo, producción) están cada vez más automatizadas y, consecuentemente, están cada vez menos localizadas en las grandes aglomeraciones. El énfasis primordial en el trabajador perderá su significado y el trabajador se convertirá en espectador o cliente.
2. La nueva sociedad urbana no debe ser conformada por el urbanista. Las diferencias sociales entre los diversos distritos deben evolucionar espontáneamente. Un excedente de viviendas de alrededor del 10 por ciento es suficiente para que los habitantes puedan elegir sus barrios respectivos, de acuerdo con sus preferencias sociales.
3. Las grandes ciudades deben incorporar actividad tanto agrícola como industrial. El agricultor urbano es una necesidad social.
4. El clima de las ciudades debe ser regulado. Esto permitiría una gran libertad y aumentaría la eficacia en relación al uso: las calles se convierten en los centros de la vida pública.
5. Las estructuras, que en conjunto forman el tejido físico de la ciudad, deben reflejar los avances de la tecnología moderna (por ejemplo, en la actualidad los puentes pueden atravesar distancias de muchos kilómetros).
6. Una ciudad nueva construida desde cero en el desierto no es en general una propuesta viable. Las grandes ciudades han evolucionado a partir de antiguas ciudades pequeñas: la nueva ciudad debe ser una intensificación de ciudades existentes.
7. La técnica tridimensional de este urbanismo (urbanisme spatial) permite la agrupación de distritos no sólo yuxtapuestos sino también superpuestos.
8. Las estructuras que forman la ciudad deben ser esqueletos, que se rellenarán según se desee. Las adiciones a estos esqueletos dependen de la iniciativa de cada habitante.
9. No sabemos el tamaño óptimo de una ciudad. No obstante, la experiencia nos dice que las ciudades de menos de tres millones de habitantes se hunden en el provincianismo y que las ciudades de un tamaño superior a ése se vuelven inmensas. El límite empírico de tres millones de habitantes parece ser el tamaño óptimo.
10. Dada la tendencia a la emigración hacia las ciudades, no es exagerado estimar que en el futuro próximo las ciudades albergarán al 80-85 por ciento de la humanidad; esta cifra es actualmente del 50 por ciento. No es demasiado exagerado imaginar que toda la población de Francia cabría en diez o doce ciudades de tres millones de habitantes, toda la de Europa en 100-120 ciudades, toda la de China en 200 ciudades y toda la del mundo en 1000 grandes ciudades.

Pyramid Song (Der Himmel uber Berlin)

Radiohead

I jumped in the river and what did I see?
Black-eyed angels swam with me
A moon full of stars and astral cars
All the figures I used to see
All my lovers were there with me
All my past and futures
And we all went to heaven in a little row boat
There was nothing to fear and nothing to doubt

I jumped into the river
Black-eyed angels swam with me
A moon full of stars and astral cars
And all the things I used to see
All my lovers were there with me
All my past and futures
And we all went to heaven in a little row boat
There was nothing to fear and nothing to doubt

There was nothing to fear and nothing to doubt
There was nothing to fear and nothing to doubt


Radiohead

Ciudades de la noche roja

Jesús Ferrero
Viajero, nunca visites, ni siquiera en sueños,
las ciudades de la noche roja.
No es que sean ciudades perdidas de la memoria,
tampoco son ciudades imaginarias.
Son ciudades que arden en la mente
de los insaciables
y los apacibles.
Son ciudades que queman.

Una de ellas se encuentra
en medio de un arenal,
de un país que he olvidado.
La precede un bosque inmenso
de árboles rojos y pardos,
que parecen arbustos del desierto,
y que acogen el polvo de varias carreteras
llenas de curvas.
Finalizado el bosque aparece la ciudad.
Esa ciudad es un abismo. Su noche tan roja,
tan negra, es mucho más
que una tentación.
Parece una ciudad del infierno pero está en este mundo
y basta con pisar sus calles para sentir escalofríos.

No voy a decir qué hacen los habitantes de esa ciudad.
No puedo decirlo. Sólo puedo susurrar que allí
se hace continuamente real lo inconfesable.
No es la única ciudad de la noche roja.
Hay muchas otras en otros lugares.
Al norte, muy al norte,
donde los griegos y Nietzsche situaron
a los hiperbóreos,
hay otra ciudad de la noche roja.
La gente vive allí
en una locura general y absoluta
y circulan por las calles
terroríficos policías vestidos de negro
que parecen nazis.
En esa ciudad hay muchos fuegos.
Hogueras y más hogueras sobre la nieve,
haciendo más rojo el sol de medianoche.
Te habrán dicho que en Oriente hay más,
muchas más ciudades de la noche roja,
de la noche escalofriante.
Lo sé, las he conocido
y he mirado los ojos de la verdad.

Viajero, nunca visites, ni siquiera en sueños,
las ciudades de la noche roja.
a no ser que hayas perdido la memoria
o creas no haber nacido.
Son ciudades que arden, son ciudades
que queman
y que están en este mundo y en otros.
Son diamantes que abrasan los límites
de la conciencia
y ya no hay mañana, ayer, ni nombres...
Viajero, nunca visites, ni siquiera en sueños,
las ciudades de la noche oscura,
las ciudades de la noche pura,
las ciudades de la noche roja.

Jesús Ferrero

Las Noches Rojas

Sobre trenes y niños

Alexis Díaz-Pimienta
De niños nos preguntábamos
dónde empezaban las líneas del tren,
siempre inabarcables con la vista.
Nos aburríamos de nuestros trenes de juguete
que daban vueltas y más vueltas
en el suelo del cuarto;
soñábamos con escaparnos algún día
en un tren verdadero, hacia la nada.

Ahora sabemos que todo tren
parte de un pañuelito húmedo
que alguien agita en su memoria.

Alexis Díaz-Pimienta

Fiesta de Disfraces

De viaje

Astrud alrededor de Los Planetas

Las ciudades invisibles. I

Italo Calvino

No es que Kublai Kan crea en todo lo que dice Marco Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado en sus embajadas, pero es cierto que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano con más curiosidad y atención que a ningún otro de sus mensajeros o exploradores. En la vida de los emperadores hay un momento que sucede al orgullo por la amplitud desmesurada de los territorios que hemos conquistado, a la melancolía y al alivio de saber que pronto renunciaremos a conocerlos y a comprenderlos; una sensación como de vacío que nos acomete una noche junto con el olor de los elefantes después de la lluvia y de la ceniza de sándalo que se enfría en los braseros; un vértigo que hace temblar los ríos y las montañas historiados en la leonada grupa de los planisferios, enrolla uno sobre otro los despachos que anuncian el derrumbarse de los últimos ejércitos enemigos de derrota en derrota y resquebraja el lacre de los sellos de reyes a quienes jamás hemos oído nombrar; que imploran la protección de nuestras huestes triunfantes a cambio de tributos anuales en metales preciosos, cueros curtidos y caparazones de tortuga; es el momento desesperado en que se descubre que ese imperio que nos había parecido la suma de todas las maravillas es una destrucción sin fin ni forma, que su corrupción está demasiado gangrenada para que nuestro cetro pueda ponerle remedio, que el triunfo sobre los soberanos enemigos nos ha hecho herederos de su larga ruina. Sólo en los informes de Marco Polo, Kublai Kan conseguía discernir, a través de las murallas y las torres destinadas a desmoronarse, la filigrana de un diseño tan sutil que escapaba a la mordedura de las termitas.

Italo Calvino

Las ciudades invisibles

Los bancos junto al Támesis

Berna Wang
Los bancos junto al Támesis
llevan cada uno escrito
el nombre de un muerto
en el respaldo.
Pasan los barcos con macetas de colores,
florecidas.
Pasan los cisnes
y los niños,
los perros y los viejos.
Camino despacio,
leyendo
uno a uno los nombres de todos los muertos
junto al Támesis.

Berna Wang
Pequeños accidentes caseros

Going to a town

Rufus Wainwright


I'm going to a town that has already been burned down
I'm going to a place that is already been disgraced
I'm gonna see some folks who have already been let down.
I'm so tired of America

I'm gonna make it up for all of the Sunday Times
I'm gonna make it up for all of the nursery rhymes
They never really seem to want to tell the truth
I'm so tired of you America

Making my own way home
Ain't gonna be alone
I've got a life to lead America
I've got a life to lead

(Tell me)
Do you really think you go to hell for having loved?
(Tell me)
And not for thinking every thing that you've done is good
(I really need to know)
After soaking the body of Jesus Christ in blood

I'm so tired of America
(I really need to know)
I may just never see you again or might as well
You took advantage of a world that loved you well
I'm going to a town that has already been burned down
I'm so tired of you America

Making my own way home
Ain't gonna be alone
I've got a life to lead America
I've got a life to lead
I've got a soul to feed
I've got a dream to heed
And that's all I need

Making my own way home
Ain't gonna be alone
I'm going to a town that has already been burned down

Rufus Wainwright

Río Éufrates, Siria

Carmelo Sánchez Muros

¿De dónde llega esta corriente lenta? ¿A dónde va, reptando por barrancos, desiertos y mesetas, para saciar la sed del dátil y la cabra? ¿Qué encontrará en su curso fluvial inagotable? Ha menguado el caudal. La torre que vigila imprevistas crecidas, se vence sobre el lecho de los bancos de arena, que han surgido del fondo bajo el sol implacable. Hay un niño que salta y zambulle su cuerpo en las aguas pacíficas que remansa la orilla. Bebe un pájaro errante posado en un ribazo. Abrasa el astro incendiando el paisaje: tanta luz, un castigo para el ojo sediento.

Quien nombra el río, al Paraíso Terrenal invoca, ya que marcó los límites del Edén que habitaron muestros primeros padres (simios, u hombres ya), desnudos pecadores, que iniciaran la estirpe que el Génesis relata. Miro las aguas pasar sin detenerse. Van buscando su origen movedizo y profundo, y arrastran las imágenes que las aguas diluyen... Raqqah, en la distancia eleva su muralla.

Carmelo Sánchez Muros

Memorias de Siete Leguas

Postal de Praga

Fernando Valverde
Quiero traerte al mundo que conozco,
a mi mundo de voces y fantasmas,
de ciudades que tienen un rincón
donde buscar la muerte.

Mi mundo es tan oscuro sin el tuyo...

Ahora miro al Moldava,
el agua se suicida en cada margen,
la ciudad está quieta,
es un dolor gris sin dioses ni esperanza,
muchas guerras después
aquí la gente huye
de cualquier ilusión pronosticable
y el cuerpo se contagia
de un temblor parecido a la humedad.

Las paredes son grises como el humo,
hay un final después de las palabras
que parece romperse.

Y en Vysehrad se mueren las palomas,
el invierno es tan frío que resulta
una herida en las manos y en los pies.

Pero aquí nadie tiembla, todos saben
que es cuestión de fortuna y de equilibrio.
Todos creen en la espera.
Y el dolor se acostumbra,
el tiempo se acostumbra,
el miedo y la tristeza se acostumbran
a vivir sin rencor.
Nada tiende a romperse, todo queda
empapado después de una tormenta,
de una frágil tormenta que sostiene
un milagro de voces,
un dolor tan amargo como el frío.

Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío

De la ciudad

Álvaro Mutis



¿Quién ve a la entrada de la ciudad
la sangre vertida por antiguos guerreros?
¿Quién oye el golpe de las armas
y el chapoteo nocturno de las bestias?
¿Quién guía la columna de humo y dolor
que dejan las batallas al caer la tarde?
Ni el más miserable, ni el más vicioso
ni el más débil y olvidado de los habitantes
recuerda algo de esta historia.

Hoy, cuando al amanecer crece en los parques
el olor de los pinos recién cortados,
ese aroma resinoso y brillante
como el recuerdo vago de una hembra magnífica
o como el dolor de una bestia indefensa,
hoy, la ciudad se entrega de lleno
a su niebla sucia y a sus ruidos cotidianos.

Y, sin embargo, el mito está presente,
subsiste en los mismos rincones donde los mendigos
inventan una temblorosa cadena de placer,
en los altares que muerde la polilla
y cubre el polvo con manso y terso olvido,
en las puertas que se abren de repente
para mostrar al sol un opulento torso
de mujer que despierta entre naranjos
- blanda fruta muerta, aire vano de alcoba.

En la paz del mediodía, en las horas del alba,
en los trenes soñolientos cargados de animales
que lloran las ausencias de sus crías,
allí está el mito perdido, irrescatable, estéril.

Álvaro Mutis

Los elementos del desastre

Allí nos veremos (Cantábrico)


Electra
La niña de los siete corazones




Istajar

William Beckford

En el límite del territorio de los abásidas, cuya capital es Samara, se encuentra el palacio en ruinas de Istajar. Se llega a él a través de un valle muy profundo y a la entrada dos rocas imponentes forman una especie de portal. En lo alto de las laderas de las montañas que rodean el valle se divisan las fachadas resplandecientes de los antiguos mausoleos reales. Pero el valle está hoy prácticamente deshabitado y las dos aldeas que hay en él están abandonadas.
Lo más impresionante del palacio de Istajar es la gran terraza de las atalayas, un espacio liso de mármol negro donde no crece ni una brizna de hierba. En el flanco derecho se alzan innumerables atalayas, hoy sin techo y pobladas por las aves nocturnas; su estilo arquitectónico no se encuentra en ningún otro lugar de la tierra. Las ruinas del inmenso palacio son famosas por las figuras talladas y repujadas. Estas esculturas representan cuatro animales colosales mitad leopardo, mitad grifo, capaces de estremecer el corazón del viajero más intrépido.
Istajar fue construido por Suleimán ben Daud, con la ayuda de espíritus y genios. En la cúspide de su gloria, el palacio fue la más magnífica de las creaciones del reino de Suleimán. Pero, al construirlo, Suleimán había ofendido a la majestad divina y su obra maestra fue destruida por el trueno.
Las misteriosas recámaras que se encuentran bajo las terrazas de Istajar están habitadas por genios malvados que obedecen las órdenes de un demonio llamado Iblis. El viajero que se aventure en este reino subterráneo descubrirá un vasto salón abovedado con columnas y arcadas. El suelo está cubierto de polvo de oro y azafrán mezclado con hierbas aromáticas. Verá las mesas preparadas para el festín de los genios y a los genios que danzan al son de una música lasciva. Una multitud de personajes entra y sale del salón apretándose el corazón con la mano derecha, ignorantes de todo lo que ocurre a su alrededor y llevando en sus rostros la lívida palidez de la muerte y en sus ojos ese destello fosforescente que a veces se observa de noche en los cementerios.
Existen salones aún más recónditos donde se guardan los tesoros de los sultanes preadamitas que otrora gobernaron la tierra. Allí reúne Iblis su corte, sentado en un globo de fuego, en un tabernáculo rodeado de largos cortinajes de brocado carmesí y oro. Tiene la apariencia física de un hombre joven pero su mirada refulge con una mezcla de orgullo y desesperación. Con una mano, herida por el trueno, sostiene el cetro de hierro con el cual controla a los afrits y demás demonios de las profundidades. Del tabernáculo parte un corredor que conduce a un salón con techo en forma de cúpula y en cuyas paredes se suceden cincuenta puertas de bronce con otras tantas cerraduras de hierro. En el interior yacen los cuerpos de los reyes preadamitas en lechos de cedro imperecedero; todavía alienta en ellos vida suficiente como para darse cuenta del estado miserable al que han sido reducidos. Aquí yace también el constructor de Istajar, mitad vivo, mitad muerto, como sus antepasados.

William Beckford

Vathek

Samara


Samara es la capital y ciudad más grande del imperio abásida, en el Cercano Oriente. Domina la ciudad el vasto palacio de Alkoremi, erigido en la Colina de los Caballos Píos. El edificio originalfue levantado por el califa Motassem, hijo de Harún al Rachid, pero debe su forma actual al hijo de Motassem, Vathek, el Noveno Califa. Vathek consideró que el palacio, tal como estaba, no era adecuado para los placeres que buscaba y añadió otras cinco alas, auténticos palacios en sí mismas, y cada una de ellas dedicada al deleite de cada uno de los cinco sentidos.
El Palacio del Festín Continuo o El Insaciable está consagrado al gusto. Sus mesas están cubiertas noche y día de los más exquisitos manjares, y manan de cien fuentes inagotables los más deliciosos vinos y licores.
El Templo de la Melodía o El Néctar del Alma es la morada de los poetas y músicos más dotados de todo el país. No se limitan a ofrecer su arte en los salones del palacio, sino que circulan por toda la capital y entretienen al pueblo con su música y sus versos.
El palacio llamado Delicias de los Ojos o Sustento de la Memoria alberga una inmensa colección de curiosidades provenientes de todos los rincones del globo, desde estatuas que parecen tener vida a vastas colecciones de historia natural.
En los salones del Palacio de los Perfumes, también llamado Incitación la Voluptuosidad, arde en incensarios de oro una gran variedad de aceites perfumados. Los que se sientan agobiados por el efecto de los perfumes pueden salir a un amplio jardín lleno de flores fragantes y descansar en él sus sentidos estimulados en exceso.
Finalmente, el Reducto de la Alegría, o El Peligroso, es la morada de jóvenes mujeres, hermosas como huríes, que reciben a cada viajero con las caricias que espera.
Pero el Noveno Califa era también famoso por su amor al conocimiento y sus discusiones con los hombres más sabios de la corte. Al final de su vida, Vathek se inclinó por las argumentaciones teológicas y comenzó a levantar una inmensa torre para conocer los secretos del cielo. El profeta Mahoma, extrañado por la temeridad teológica del Califa, ordenó a sus genios que continuaran la construcción por las noches para ver hasta dónde llegaba la impía necedad de Vathek. Los genios obedecieron y agregaban dos codos por cada uno que levantaban los obreros del Califa, de modo que la torre alcanzó pronto su altura definitiva de once mil escalones. Además de observatorio, la torre es también una cárcel; en los pisos inferiores se encierra a los prisioneros del reino detrás de siete rejas de hierro cuyos barrotes como lanzas apuntan en todas direcciones. Tras los muros hay escaleras y pasajes secretos y una colección de momias robadas por Carathis, la madre de Vathek, de las tumbas de los antiguos faraones.
Carathis ordenó construir una galería secreta para guardar su coleccón de venenos y otras horribles rarezas. Como era adepta a la astrología, no tardó en desarrollar un cierto gusto por artes más siniestras y trató de comunicarse con los poderes del infierno. Llevó a cabo sacrificios humanos en lo alto de la torre y ceremonias oficiadas solamente por la princesa y su séquito de negros mudos, todos ellos tuertos de un ojo.
Vathek fue en un principio un gobernante popular, pero su deseo de poder y de conocimientos lo llevó por extraños caminos, y fue perdiendo popularidad. Sacrificó a varios niños para apaciguar a los poderes infernales y cuando se fue a Istajar estalló una revuelta en la capital. Vathek jamás regresó de su viaje.

William Beckford

Vathek

Fakreddín


Entre Samara y el palacio en ruinas de Istajar se extiende el hermoso valle de Fakreddín, así llamado en honor al emir que lo gobierna desde tiempos inmemoriales. Floridos matorrales bordean el valle, cubierto en parte por un bosque de palmeras que dan sombra a un gracioso edificio coronado de cúpulas airosas. En cada una de sus nueve puertas de bronce está escrito: "He aquí el asilo de los peregrinos, el refugio de los viajeros y el lugar donde reposan los secretos de todos los países del mundo."
Una vez en el interior, bajo una vasta bóveda iluminada por lámparas de cristal de roca, se obsequia a los huéspedes con helados servidos en copas del mismo cristal y otras mil delicias, desde arroz hervido en leche de almendras hasta sopa de azafrán.
Un fino velo de seda rosada disimula la entrada a los baños ovales de pórfido y al harén.
El valle es es lugar donde se dan cita todos los santos errantes procedentes del Oriente Medio y aun de más lejos, de la India. Los tullidos y los que padecen todas las enfermedades imaginables también acuden allí, seguros de que el emir y su séquito aliviarán su sufrimiento.
Rodeado de desiertos, el valle de Fakreddín es como una esmeralda embutida en plomo. Es, a decir verdad, un lugar tan placentero que hay quienes afirman que las nubes del oeste son las cúpulas de Shadukian y Ambreabad, moradas de los peris, unos seres delicados, adorables, élficos, que guían a los puros de espíritu en su camino hacia el cielo.

William Beckford

Vathek


Un Violinista Ciego en Central Park

Fernando Valverde
Ajeno a las banderas del otoño.

No tienen corazón el lago ni el paisaje,
son un rincón de viento sin conciencia.

También son geométricas las manos y el oído,
heridas de edificios que sostiene la espalda
de aquel que los presiente, y pesan, y se escurren,
como todas las cosas que no pueden mirarse.

En esta soledad de diecisiete
millones de habitantes por las calles.

Ajeno a sus banderas,
el otoño prefiere los rincones
en los que nadie sabe la altura del asfalto.

Fernando Valverde

Razones para huir de una ciudad con frío